¿Sociedad feliz?

11.SociedadFelizSegún Aristóteles, los seres humanos perseguimos la felicidad, la cual es siempre apetecible por sí misma y por ninguna otra razón. Es decir, que con independencia de todo, la felicidad es nuestra meta, el lugar al que deseamos llegar y donde ansiamos quedarnos. Sin embargo, la cosa no es tan sencilla como a primera vista parece. Si uno mira a su alrededor, pronto se da cuenta que la mayoría de la gente con la que se cruza no parece feliz. Incluso que nosotros mismos no somos felices. Y aunque estoy dispuesto a aceptar que ser feliz y parecerlo no tiene por qué ser igual, lo que sí sé es que cuando uno está feliz resulta muy complicado disimularlo.

Entonces, si nuestra meta es ser feliz ¿por qué razón hay tanta gente infeliz? ¿Será quizás porque no hacemos todo lo posible? Aristóteles también dijo que “el hombre feliz vive bien y obra bien”. ¿Significa eso que casi nadie obra bien? He de reconocer que, aunque me resisto a creerlo, a veces no me queda otra que aceptar que seguramente es aquí reside el problema de la infelicidad social en la que estamos envueltos. Me da la sensación que muy poca gente actúa bien. Uno mira a su alrededor y se da cuenta que vivimos en una sociedad donde por desgracia parecen imperar más las emociones “negativas” que las “positivas”. Y no es sólo el miedo, la ira o la tristeza, tan presentes que la mayoría las da por cotidianas. No. Me estoy refiriendo a otras emociones “negativas” posiblemente más nefastas y tóxicas (si eso es posible) que las tres anteriores. Hablo de la envidia, de la hosquedad, del ansia de triunfo a costa incluso de aquellos valores más básicos. Estamos rodeados de tramposos que en vez de ser despreciados son obsequiados, festejados y lisonjeados. Y el problema es que esto no sólo sucede entre adultos. Quizás el mayor fallo de nuestro sistema social es que la situación se inicia en la escuela. Resulta sorprendente como aquellos que en lugar de estudiar, de cumplir y aceptar con sus obligaciones, de ser respetuosos con los demás, aquellos que viven para destruir, para amargarle la vida a quienes son más débiles que ellos, esos, en lugar de ser rechazados, de ser apartados, acaban convirtiéndose en los héroes del lugar. Los chavales en la escuela no admiran a quienes consiguen mayores logros académicos. No. A estos los suelen llamar empollones, “freaks”, y la manera como tienen de interactuar con ellos es agrediéndolos, incordiándolos, con el único objetivo seguramente de que dejen de hacer lo correcto y acaben siendo mugre: sujetos indeseables que por lo que parece sólo sirven para hacernos a todos desgraciados. En la escuela, como después en la vida, pocos son los que quieren ser importantes por sus logros y menos los que creen que lo serán sin hacer trampa. El que hace trampas es el rey. El que decide no hacerlas y esforzarse, un imbécil incomprendido. ¿Para que esforzarse, para que trabajar, si puedo lograr lo mismo haciendo trampas y además estoy mejor visto? Ese parece ser por desgracia el lema de nuestros pequeños. Y con esa consigna cada vez son más los que buscan con ahínco impedir alcanzar la felicidad a los que no son como ellos. Algunos se convierten en políticos, otros en banqueros y triunfan socialmente. Pero la mayoría acaban siendo simples peones que no son capaces de apercibirse que hace mucho tiempo que dejaron de estar en el tablero. Ver que por su estupidez, descansan en la caja de las piezas desechadas con el único anhelo, por lo visto, de que otros como ellos acaben haciéndoles compañía. Que de una vez por todas no haya juego y que nuestra sociedad acabe siendo una caja donde lo único que impere sea una enorme decepción fruto de saber al cien por cien que jamás seremos capaces de alcanzar la felicidad.

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