Ansiedad

38.Ansiedad.pngLa ansiedad, a diferencia del miedo, consiste en una respuesta ante una amenaza no presente o imaginaria de nuestro entorno. Anticipamos el peligro antes de que éste tenga lugar, sufriendo por tanto sus consecuencias sin que en realidad haya una causa real para ello, lo cual acaba comportando una mayor dificultad para poder hacerle frente. Si no nos podemos enfrentar a aquello que nos amenaza, resulta imposible poder luchar o huir de ello.

La ansiedad se caracteriza por provocar gran inquietud, intensa excitación y extrema inseguridad. Todos nuestros recursos físicos y cognitivos se ponen en funcionamiento para hacer frente a la presunta amenaza, para una vez superada volver a la normalidad. Pero el problema aquí es que no hay vuelta a la normalidad. De hecho, no existe tal normalidad. Nuestra imaginación, el hecho de anticipar un peligro irreal, inexistente, provoca que no haya desconexión y que la alarma siga sonando, obligando así a nuestro organismo a responder indefinidamente con unos recursos que lejos de ser infinitos, son al contrario limitados.

No es de extrañar por tanto, teniendo en cuenta cómo es el entorno social que nos rodea, que en los últimos tiempos se haya convertido en unas de las principales emociones en cuanto a su toxicidad e incidencia negativa en las personas. Vivimos tiempos de inseguridad. Rodeados de depredadores invisibles, las personas vivimos el futuro con incerteza lo cual acaba provocándonos incapacidad para poder gestionar el presente. Como no sabemos por dónde nos sobrevendrá la amenaza, permanecemos todo el tiempo en estado de alerta. Vigilantes. Expectantes, sin apartar la atención de la presunta amenaza que jamás llega, provocándose así un continuo desasosiego que va royendo nuestra integridad hasta desintegrarla.

Tanto Plutchik como Tenhouten coinciden en conformar la ansiedad a partir de la suma de anticipación y miedo. Anticipamos la posible amenaza. Imaginamos un futuro hostil, nos vemos incapaces de poder afrontar los acontecimientos que nos esperan y la pérdida de confianza en las propias capacidades nos acaba convenciendo de la imposibilidad de poderlos superar. No podemos luchar. Tampoco podemos huir, por tanto acabamos en un bucle infinito en el que la agitación y la inseguridad se retroalimentan, haciendo que lo que en un primer momento no era más que una herramienta motivacional que nos permitía solventar situaciones cotidianas, acabe convertida en parálisis que nos discapacita y elimina.

La ansiedad, lo que en un primer momento no era más que una tipo de alerta, una forma de activar nuestros recursos para poder defendernos de una determinada amenaza, finalmente acaba convertida en una inmensa sensación de pérdida de control que mina nuestra autoconfianza impidiéndonos actuar. No hay salida posible. Es como si la anticipación, el hecho de avanzar de manera tan extrema un peligro imaginado, se sobrepusiera al propio miedo exacerbándolo, amplificándolo hasta el exceso. Así, es como sin ser verdaderamente conscientes de lo que sucede, la amenaza deja de ser la generadora del peligro para pasar a serlo la propia respuesta que nuestro organismo da como mecanismo de defensa. Será por tanto la propia ansiedad, en un primer momento solución, la que acabe representando la amenaza, el desorden, la patología, el colapso. Curiosa paradoja por cierto, descubrir que lo que nació para ayudarnos a superar los obstáculos, acabe por convertirse en el muro final tras el cual nos inunda la nada que subyace al sentimiento de completa y continua indefensión.

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