Alegría

06.Rovira Celma, Álex. Alegría.jpgLa alegría es el silencio. El mismo que de repente, misteriosamente, oímos cuando nuestro interminable parloteo interior por fin se detiene. Alivio. Descanso. La alegría es ausencia de malestar. Volver a caminar sin la molesta compañía de siempre. Emociones que nos producen dolor y sufrimiento. Sólo cuando éstas no están, es cuando la alegría se presenta, cuando nuestro yo puede expandirse y expresarse como realmente es, sin preocuparnos de lo que sucede a nuestro alrededor, sin limitaciones sociales. La alegría no es una emoción más. Es nuestra verdadera identidad en el instante presente. Es la realidad exacta de lo que realmente somos y que desgraciadamente sólo se deja ver muy de tanto en tanto. Cuando logramos enfocarnos en el aquí, en el ahora. Cuando todo nuestro ser se mezcla con el simple hecho de vivir y gozar los segundos uno a uno, sin apresurarnos, aceptándolos se suceden, sin la necesidad de retrasarlos ni adelantarlos. El ahora es lo vital. Lo realmente trascendente.

El día a día, las obligaciones, las convenciones, el qué dirán y el que diré, suele hacer que nos olvidemos que sólo cuando nos entregamos al presente abrimos la espita de la alegría para que ésta pueda anegar nuestra alma con su eterna jovialidad. Contracorriente, por ridículo que pueda parecer, todos nuestros esfuerzos estar destinados a lograr lo opuesto. Nos empeñamos en enterrar los sentimientos bajo infinitas paladas de ayer y mañana. Olvidamos la importancia de “des-cubrir” la alegría, lograr sacarla de debajo del montón de mantas con que solemos protegernos de un frio que solamente existe en el imaginario de nuestra voz interior. En lugar de descubrir la alegría, de dejarnos ir, la cubrimos, difuminándola con preocupaciones absurdas que una vez superadas, una vez libres de su influjo, descubrimos que no son más que engañifas, pasatiempos estúpidos que nos descentran de lo verdaderamente importante, la razón por la que estamos en el mundo: disfrutar y hacer disfrutar.  Sin embargo, empeñados en avistar la bifurcación varios kilómetros antes de que llegue, acabamos pasándola de largo, equivocando el verdadero camino de nuestra existencia. Entretenidos en episodios intrascendentes, nos sumergimos en el agua templada sin apercibirnos como ésta, lentamente va aumentando su temperatura, para llevarnos hacia ese letargo del que sólo se sale instantes antes de ser conscientes del engaño. Cuando ya es tarde. Cuando el final se presenta irremisible ante nosotros burlándose socarrón por lo estúpidos que hemos sido.

Según cumplimos años olvidamos practicar la risa. Tenemos agujetas. Nos duelen los mofletes, mientras por contra el ceño lo mantenemos continuamente engrasado. No vaya a ser que alguien nos pille sonriendo y piense que somos estúpidos. ¡Como suele disgustar ver la alegría ajena! ¡Que tontos parecen…! Sin embargo, la alegría es el punto de corte. Lo que nos separa de la estupidez que comporta mirar sólo hacia dentro, de la lucidez que surge cuando somos capaces de vislumbrar el alma de los demás. La alegría está en el altruismo. En hacer el bien sin tener que justificarnos por ello. Está en saber fluir. En sentirnos capaces sin la obligación de demostrarlo continuamente. Energía infinita que entretenidos como estamos en atesorar, enfrascados en la eterna e innecesaria pugna por retener, acabamos permitiendo, aceptando que la alegría se nos escape para no retornar. Si vuelta posible hasta que no estemos de nuevo con las manos vacías. Como estuvimos en el inicio. Como siempre deberíamos  haber estado.

Álex Rovira Celma & Francesc Miralles. Alegría. Editorial Planeta. 2017.

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