Adoración

11.Adoracion.pngEsquivar las connotaciones religiosas del sentimiento de adoración no es tarea baladí. Basta con tomar la definición del RAE para encontrarnos el primer escollo: “Reverenciar o rendir culto a un ser que se considera de naturaleza divina”. De hecho, el término nace desde el ámbito religioso y ha sido más tarde cuando se ha trasladado a otras esferas más cotidianas.

Cuando adoramos a algo o a alguien dejamos de ser objetivos para convertirnos en un adepto. Adorar nos hace incapaces de ver tacha alguna en el objeto adorado. El sentimiento de confianza es absoluto. Nos ponemos a su disposición, lo admiramos profundamente, nos comprometemos y por consiguiente nos volvemos ciegos a nada que pueda enturbiar nuestro amor hacia él. He aquí seguramente su conexión con la divinidad, con el amor y la rendición a Dios. El sentimiento de adoración nos vuelve ciegos de amor. Adorar es devoción y obediencia plena que no deja espacio para nada más en el corazón y la mente del que adora, llevándolo a dedicarle todo su ser. No existe nada más. Por tanto, el sentimiento de adoración, quizás por la participación que en él tiene el de admiración, centra nuestra mirada, focaliza nuestra atención, en el objeto adorado borrando cualquiera otra cosa que pueda distraernos de ponernos simbólicamente a su disposición y cumplir con lo que entiende sean sus mandatos.

La segunda acepción del RAE para adoración es “Amar con extremo”, desmedidamente, intensamente, sin dejar un resquicio a nuestro yo, mostrándonos sumisos, dedicándole todo nuestro ser a aquello amado. El sentimiento de admiración, de maravilla es tan intenso que experimentamos un sentimiento de paz con nosotros mismos que nos lleva a desconectarnos del resto del mundo. Nuestros ojos, nuestra alma queda prendada, fijada, al objeto adorado y todo lo que no sea él deja de existir. El problema no es otro que el mismo que generalmente sucede con todas las emociones de valencia positiva. Aquellas que nos produce placer, donde el peligro subyace en acabar quedándose pegado al estímulo o acción que lo provoca. Saber que algo o alguien nos produce  placer indefectiblemente conduce a ser incapaz de dejar de actuar en otra dirección que no sea continuar perpetuando el sentimiento placentero. A diferencia del dolor, el placer siempre nos atrapa entre sus garras, nos encierra, nos anula. No queremos escapar y mucho menos luchar contra aquello que nos produce bienestar. Todo lo contrario. Deseamos permanecer, estar en su compañía aun a costa de la pérdida de nuestro propio yo, de nuestra individualidad. Esto mismo sucede cuando adoramos. La adoración es como un imán que nos impide poder separarnos del objeto de nuestra adoración, nos incapacita para poder observar, descubrir, entender otras posibles opciones. Es lo que tiene la confianza extrema: que nos hace tercos, intransigentes a nada que no sea el objeto adorado.

Amor, aceptación y confianza serían los principales componentes del sentimiento de adoración. Todos ellos llevados al extremo. Sin cortapisas ni limitación alguna. Sin dolor. Sin duelo hacia la pérdida de nuestra individualidad. Sintiéndonos completos por el simple hecho de tener la suerte de poseer un objeto o persona a quien adorar, en quien centrar nuestra vida y olvidar cualquier otro aspecto. Así somos cuando adoramos. O quizás sería más correcto decir, así dejamos de ser, ¿verdad?

Etiquetado , , , , , ,

Deja un comentario