Neuroticismo

12.Neuroticismo.pngResulta curioso cómo, a pesar de vivir en un mundo muchísimo más seguro, el índice de neuroticismo cada vez parece ser más elevado a nivel mundial. En una época donde, teóricamente, para la gran mayoría de la población que puebla nuestro planeta no existe la amenaza de un depredador que pueda acabar con su vida, en cambio, la preocupación generalizada nos lleva a permanecer en un estado casi continuado de alerta, convirtiendo el miedo y la ansiedad en rasgos de personalidad casi permanentes en nuestra cotidianidad. En un momento temporal donde el dominio de la tecnología  garantiza poder anticipar gran parte de nuestras necesidades, e incluso muchas otras que aun no siéndolo han acabado convertidas en tales, y donde teóricamente las preocupaciones que asediaban a nuestros antepasados (hambrunas, epidemias, guerras, etc.) han sido más que superadas, erradicadas, para gran parte de los seres humanos, la respuesta a tanta “seguridad” sea acabar desarrollando una especie de miedo y ansiedad perennes de los que resulta casi imposible desprenderse.

Vivimos imbuidos en una permanente inseguridad e inestabilidad emocional. Un estilo de vida regresivo que en lugar de propiciar el crecimiento como seres humanos, en vez de llevarnos a la adultez, entendida ésta como la sabiduría alcanzada por el simple hecho de acumular conocimientos y experiencias que de un modo u otro gracias al paso del tiempo todos acabamos por alcanzar, en realidad, el destino al que nos está conduciendo nuestra forma de actuar, es a un estado de infantilidad crónica que resulta más que sorprendente. En teoría, uno de los aspectos que diferencia a un adulto de un niño es la capacidad del primero para no dejarse arrastrar por los caprichos del momento, el saberse contener y aceptar que por mucho que deseemos algo, lo primero es lo primero, y que nos guste o no, es en función de dicha prioridad como toca comportarnos. Sin embargo, hoy día la mayoría de nosotros somos incapaces de reprimir un deseo. Con independencia de lo adecuado o no que pueda resultar, acabamos arrastrados a una especie de hedonismo continuo y continuado en lo que lo prioritario, lo principal, ha dejado paso a la satisfacción inmediata de nuestras “necesidades”.  Convertidos en veleidosas veletas, no paramos de girar enloquecidos allá donde el viento del ahora impone. Incapaces de retrasar el instante de placer inmediato, esclavizados a la satisfacción instantánea de los más minios deseos, no disponemos de mecanismo alguno que sujete las riendas y sea capaz de redirigir el rumbo hacia lo sensato.

En un mundo en el que la tecnología realiza la mayor parte del trabajo, en el que cuando se tiene hambre basta con abrir el frigorífico, donde poco importan las condiciones meteorológicas, en el que todo es fácil y muy pocas cosas son difíciles…, en este mundo que nos ha tocado en suerte vivir, en vez de disfrutar realmente de todo lo que hemos conseguido, parece como si nos hubiésemos empeñados en dar relevancia a todos aquellos aspectos negativos de nuestra existencia, en complicarnos la vida y complicársela a los demás. Obsesionados con atesorar, acaparar y amontonar para un tiempo que en realidad nunca vendrá, en poseer lo que es en realidad del otro aunque no nos haga falta, en gruñir en vez de sonreír, en eliminar los lazos familiares para evitar cualquier atisbo de compromiso y proteger así hasta el último aliento un espacio que en realidad nunca fue nuestro ni tampoco lo será en el futuro, como buenos demonios que somos estamos sin darnos cuenta convirtiendo el paraíso en un infierno del que por desgracia cada vez resulta más difícil de escapar.

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