Pérdida voraz

23.VoracidadNunca me había planteado la posible relación entre inteligencia y el sentimiento de pérdida. Era conocedor de que muchas de las motivaciones humanas estaban relacionadas con la evitación del sentimiento de pérdida, principal componente del sufrimiento y enemiga eterna y declarada del bienestar, de que a nadie nos gusta perder y de que incluso, entendemos como pérdida, una posible ganancia que finalmente no se concreta. Poco importa que en realidad no hayamos perdido algo, si sentimos que hemos dejado de ganar, instantáneamente lo traducimos en forma de pérdida.

¿Y qué tiene esto que ver con la inteligencia? Voy a intentar explicarme. Cada vez tengo más claro que nuestra inteligencia, me atrevería a decir toda la de los seres vivos, surge de la necesidad de no perder. Sobrevivir implica luchar ante la posibilidad de perder la vida. Con toda seguridad lo más preciado que poseemos. En el caso de los seres humanos, todas nuestras conductas, nuestros pensamientos y nuestras motivaciones, si no media patología, están destinadas a sobre guardar nuestra existencia. Encontrar la manera de no pasar frío en invierno, garantizar que no nos faltará comida, que ningún peligro pondrá en riesgo nuestra vida y la de aquellos que amamos y un largo etcétera de preocupaciones similares, conforman los cimientos de nuestra inteligencia. Inventamos, imaginamos, creamos e incluso destruimos con la finalidad de sobrevivir. Hasta aquí, no creo haber descubierto la sopa de ajo, ¿verdad?

Lo que no tenía tan claro, es que en el resto de animales ocurriese lo mismo. Cierto que la mayoría de experimentos que nos permiten avanzar en el conocimiento de nosotros mismos se realizan en animales para posteriormente transpolar las conclusiones obtenidas, en la medida de lo posible, a los seres humanos. Pero también es cierto que gustándonos como nos gusta el factor “pertenencia”, continuamente mantenemos esa barrera que nos diferencia del resto de animales levantada. Nosotros no somos como los demás animales, somos distintos, nos empeñamos en repetirnos una y otra vez, y sin embargo, a la mínima que te pongas a observar comportamientos, descubres sorprendido que las igualdades son tantas que resulta difícil continuar manteniendo dicha diferenciación en pie.

Un ejemplo de lo que intento explicar, me sucedió el otro día mientras esperaba el tranvía. Aburrido como estaba me puse a observar a un par de palomas que golpeaban con su pico unos trozos de pan demasiado grandes como para engullirlos directamente. Allí estaban ellas, picoteando concienzudas los trozos de pan con la intención de hacerlos más pequeños, pero sin que pareciera importarles la precisión de sus picotazos. En la mayoría de las ocasiones, el pan salía despedido y acababan perdiéndolo de vista. Lo cual no parecía importarles, hasta que de repente empezaron a acudir más palomas. Entonces fue como si algo se activase en las dos palomas descubridoras de los pedazos de pan. Lo que hasta ese momento realizaban parsimoniosamente, incluso con cierta indolencia en cuanto a los resultados, de repente se convirtió en una competición. Engullían los trozos de pan sin picotearlos, vorazmente, aunque ello comportase el riesgo de atragantarse. La prioridad había cambiado. Ahora poco importaba lo grandes o pequeños que fuesen, lo fundamental era no quedarse sin, o quizás, que otras no se quedaran con lo que ellas consideraban suyo. Rápidamente hice la analogía con nosotros los humanos. Tan rápidamente como concluí que a nadie le gusta perder, y que emociones como el egoísmo y la envidia, tal vez, tampoco son tan exclusivamente patrimonio nuestro.

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