Genética emocional

25.geneticaCada época tiene su tendencia (no me atrevo a denominarla “moda”) y como suele ocurrir cuando nadamos contracorriente, el esfuerzo que se tiene que hacer para ir en contra, o simplemente no seguir el curso que marca, en ocasiones es tan fatigoso que no son pocos los que acaban tirando la toalla para acabar dejándose arrastrar por la corriente dominante. Suele ser más sencillo y también mejor visto por los que marcan el paso, que hacer de Quijote y acabar estampado contra uno de los muchos molinos de viento con los que nos rodean.

Hoy todavía, una de las corrientes imperantes, es aquella que intenta explicarlo todo a partir de los genes que por suerte o por desgracia a cada uno de nosotros nos han tocado en suerte. Los genes lo determinan absolutamente todo: nuestra altura, el color de los ojos, del cabello, si seremos gordos, flacos e incluso algunos se empeñan en que también funciones superiores como la inteligencia, vienen marcadas por nuestros genes. Yo no digo que en parte no sea así. ¿No me atrevería? Sería un insensato y no es mi misión cuando escribo semanalmente estas cuatro líneas. Mi intención es simplemente decir que, si bien los genes son un factor importante en aquello en lo que acabamos convertidos con el paso del tiempo, no son el único factor, ni tampoco el que lo dirige todo. Sencillamente son posibilidades. Si tenemos unos determinados genes no significa en realidad nada más que existe una probabilidad concreta de que algunos de éstos se acaben manifestando condicionando con ello nuestro camino.

Me gusta imaginar nuestros genes como un montón de teclas sin pulsar. Cada una de un color, cada una con un significado oculto que solamente descubrimos cuando la pulsamos. Teclas que mientras no las presionamos no significan nada, por lo que puede suceder que nuestra vida finalice y queden sin estrenar, sumidas en una eterna espera que jamás dejará de serlo. Pero también, que las acabemos pulsando, que se active su poder y ejerzan la misión para la que fueron creadas. Y este hecho es el que probablemente nos lleva al error. Consideramos exclusivamente las teclas pulsadas, olvidando que también hay muchas otras que ni han sido presionadas, ni nunca lo serán. Pero las cosas son como son y solamente tenemos en cuenta lo que tiene lugar, lo que acontece, olvidándonos de lo que pudo ser y no se dio.

Existe una creencia generalizada que nacemos con las emociones configuradas de serie. Que cuando nacemos ya tenemos la “equipación” predeterminada y que ya nada ni nadie podrá cambiarla. Bueno, quizás durante nuestra vida, se vayan produciendo algunas diferencias con aquello que en principio debía ser, pero dichos cambios los consideramos menores, intrascendentes. Somos lo que somos, desde el momento en que nacemos y no hay mucho más que hablar. Similar a la predestinación. En creer que todos tenemos un camino marcado y que por mucho que nos empeñemos en tomar otro, al final, hagamos lo que hagamos, siempre acabamos allí donde teníamos que desembocar. Lo cual es absolutamente falso. Cierto que las teclas están, y que existe la probabilidad más o menos elevada en cada caso de que acabemos pulsándolas, pero serán nuestras decisiones entendidas en forma de experiencias a partir del tipo de entorno con el que nos toque lidiar, las que harán que las pulsemos o no.

En realidad, no somos más que probabilidades. Algunas, como en las casas de apuestas, más cercanas a darse que otras. Simples posibilidades condicionadas a nuestras vivencias, a la forma en que aprendemos a interactuar con el entorno. Si vivimos en la montaña aprenderemos a temer la posibilidad de toparnos con un oso. Y nos prepararemos para dicha eventualidad. En cambio, lo hacemos en la ciudad, la mayoría no sabremos ni tan siquiera lo que es un oso. Las experiencias serán lo que marque la diferencia. Lo que realmente determinará nuestro carácter, nuestra personalidad, lo que finalmente seremos y no nuestros genes. Lo cual, irremediablemente, acabará fijando nuestro transitar. Serán las paradas que hagamos durante el trayecto las que marquen nuestro viaje, no el billete ni el destino previamente seleccionado.

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