Más olores…

52.Olores2.pngTodos poseemos un catálogo de olores agradables, de esos que colorean y dan forma a nuestra identidad, desde bien pequeñitos. Olores que al producirse abren una ventana temporal hacia aquel preciso instante en que lo olimos por primera vez. Todos tenemos nuestra propia magdalena de Proust, como  por ejemplo el olor a café. ¿Te has preguntado alguna vez como algo que huele tan bien puede finalmente saber tan mal? Y cuando digo mal me refiero a ese sabor amargo tan característico al café y que muchos adoran, pero otros tantos también detestan. Sin embargo no conozco a nadie a quien no le guste el olor a café. Incluso a aquellos que no lo toman, entrar en una estancia donde se acaba de moler café, les acaba por comportar un cierto bienestar difícilmente identificable a otra cosa que no sea al puro condicionamiento estilo perro de Paulov. Y es que somos una gran mayoría los que  asociamos olor a café con hogar, en concreto a ese momento tan especial como es el despertar, salir hasta la cocina siguiendo el rastro de una cafetera recién preparada y encontrarte a esos que más quieres con cara y pinta de recién levantados.

Los seres  humanos solemos subestimar la importancia del sentido del olfato. Vivimos en una sociedad donde sentidos como la vista y el oído poseen han acabado arrinconando al resto de sentidos. En determinadas sociedades, cada vez hemos establecido más normas de conducta que castigan a aquellos que se exceden en cuanto al tacto. Evitamos ser tocados por aquellos que no conocemos. Incluso solemos interpretarlo como una agresión en toda regla. Algo similar sucede con el gusto. Solemos tenerlo en cuenta cuando está relacionado con el hedonismo. Gusto, exclusivamente delimitado a aquellos sabores que nos dan placer, olvidando que su importancia está en ayudarnos a mantenernos alejados de todos esos que pueden provocarnos la muerte por envenenamiento. Solemos olvidar también la estrecha relación que existe entre gusto y olfato. En concreto, pocos saben que el 80% de los sabores los tenemos gracias al olfato. Sin la capacidad de oler, las cosas pierden su sabor… en realidad, me atrevería casi a decir que la vida pierde su sabor… pero quizás en esto me excedo.

No somos conscientes de la importancia de nuestros olores, los de nuestra comunidad o grupo social de pertenencia. Nos otorgan tranquilidad. Nos hacen sentir en casa, con nuestra gente. Poco importa que no conozcamos a nadie. Pero esto que en principio podría parecer algo positivo, en ocasiones puede convertirse también en un arma de doble filo. Es lo que ocurre con aquellos olores, que por no formar parte de nuestro abanico cultural, interpretamos como peligrosos. Poco importa que en realidad su intensidad sea leve. Es la diferencia, lo que hace encenderse todas las señales de alerta, obligándonos a ponernos en guardia exista o no un verdadero peligro.  Y es que todos olemos a nuestra particular cultura, y es a partir de las experiencias previas que hemos vivido, como hemos ido construyendo toda una serie de ideas preconcebidas y establecidas. Prejuicios que sin darnos cuenta hemos ido elaborando, conformando miedos o afinidades, haciendo que lo que para un grupo social resulta agradable, para otro pueda llegar a ser verdaderamente insoportable por desagradable. Todos estamos plenamente convencidos que nuestros olores son los únicos aceptables, y sólo cuando nuevas experiencias nos demuestran lo contrario, acabamos dando nuestro brazo a torcer (aunque no sin regañadientes). Quizás por todo ello gastamos tanto en perfumes… ¿o sería más adecuado decir que el gasto es en identidades?

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