La gran mayoría de expertos coinciden que la emoción del asco surgió como respuesta adaptativa que nos permitía a los seres humanos poder evitar el contacto físico con posibles venenos, parásitos y patógenos que pusiesen en riesgo nuestra integridad. Sin embargo, existe multitud de investigaciones que muestran que la experiencia del asco y, en consecuencia, la conducta de evitación hacia la posible contaminación, no surge desde el primer momento, sino que lo va haciendo paulatinamente. Está más que demostrado que los bebes, hasta más o menos la mitad de la infancia, no muestran señales de sentir asco. De hecho, es la curiosidad la que parece primar, y las que los lleva a tender a tocarlo todo, a llevarse a la boca (principal órgano sensorial en los primeros años de vida) cualquier cosa novedosa que encuentran, para examinarla y entenderla, lo que, evidentemente, pone en gran riesgo su salud.