Máquina de la Felicidad

07.MaquinaFelicidad.pngHace unos meses me encontré la noticia de que unos médicos en China habían instalado unos electrodos en el cerebro de un paciente con el objetivo de tratar su adicción a las metanfetaminas. Por lo visto, aunque sería quizás más preciso decir, leído, lo que han hecho ha sido instalar dos electrodos con el objeto de estimular ciertas áreas del tronco del encéfalo y del núcleo Acumbens, y así controlar el modo como se segrega la dopamina y así poder decir cuáles serán las emociones que sentirá el paciente.  De hecho, es mediante el uso de una tableta, como los médicos controlan el estado emocional de la persona, pudiendo así cambiar la asociación del placer y el dolor en relación a los efectos de la metanfetamina, o incluso de adicciones como el juego.

Así a primera vista, este experimento me ha recordado mucho al que realizaron Peter Miler y James Olds, de la Univesidad McGill en 1953, donde conectaron un electrodo en centro del placer de una rata, para que ésta se lo auto administrase con sólo apretar una palanca. El resultado lo conocemos todos: la rata fue incapaz de dejar de apretar la palanca y acabó muriendo de hambre.

Es curioso la obsesión que tenemos todos en buscar la felicidad como si esta fuera algo ajeno a nosotros y que se pudiese conseguir de manera análoga a cuando vamos a un supermercado y compramos una tableta de chocolate. La relación que hacemos entre felicidad y objeto, situación o persona que la causa, es probablemente la razón por la que la mayoría de nosotros no siempre logramos encontrarla. Empeñados como estamos en hacerla realidad artificialmente, nos olvidamos que la felicidad no es más que un estado de ánimo, y en consecuencia, más susceptible de ser producida a partir de como sentimos y la interpretación de dichos sentimientos, que por recibir un determinado regalo, estar con una persona concreta o vivir un suceso y no otro. La prueba del error está, en que si esto fuese así, ese objeto, esa persona o esa situación, siempre acabaría produciéndonos felicidad, y todos sabemos que eso no siempre acaba por funcionar.

Sin embargo, con la aparición de técnicas de estimulación cerebrales mediante electrodos, una vez detectado el punto concreto que puede hacer cambiar nuestro estado emocional y elegirlo a voluntad, sí que parece que finalmente lograremos sentirnos felices a voluntad (dudo mucho que alguien prefiera sentirse airado, atemorizado, avergonzado o triste, utilizando el mismo sistema). Y aunque a priori todo esto puede estar muy bien: se acabó el uso de ansiolíticos indiscriminadamente. ¡Que tiemblen las empresas farmacéuticas! ¿Para que buscar a alguien con quien compartir nuestra vida, viajar a un país exótico o comprarse un coche, por poner algunos ejemplos, si mediante una simple tableta, apretando un par de botones, podremos conseguir un estado emocional de felicidad mucho más intenso y preciso?

El problema de todo esto, es que las posibilidades de acabar como los ratones del experimento de Miler y Olds son más que altas. ¿Quién sería capaz de resistirse a sentirse eternamente feliz? Nadie, incluso aunque ello comportarse renunciar a la libertad y a la sensación de libre albedrío. Y es que saberse siempre feliz, anula toda posibilidad de esperanza, o lo que es lo mismo, si nuestro futuro siempre va a ser feliz, ¿a quién le importa cómo será este?

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