Colores

52.ColoresEl arte es uno de los vehículos a través de los cuales surgen muchas de nuestras emociones. Desde las más visibles, a las más ocultas. Esas que nuestro yo consciente y “racional” no sabe que posee y que, sin embargo, lo configura y determina hasta límites insospechados.

Gran parte de nuestro bagaje cultural está condicionado por la cultura en la que vivimos. Y aunque algunos estudiosos como Darwin y Ekman consideren que la fuente principal es genética, basta con viajar un poco para descubrir que esto no siembre se adapta al cien por cien de las emociones. Damos significado emocional a las formas y los colores. Nuestro cerebro lo organiza todo para hacernos creer en realidades que verdaderamente no son tales, mientras que construye un universo que se adapte a lo que por principio y final debe de ser. Establecemos concomitancias entre diferentes longitudes de onda y sentimientos. Contemplamos una pared impolutamente blanca y rápidamente sentimos su pureza. Incongruencia que vuelve a la suma de los colores del arco iris, cuando todos ellos aúnan sus fuerzas, en un lienzo que en vez de verse manchado, se muestra limpio y virginal. Entendemos la tristeza reflejada en color del cielo. Posiblemente porque hasta no hace tanto, todos nosotros estábamos convencidos que era infinito, que tras el solamente había más azul y azul. Ahora sabemos que el negro, es decir, la ausencia de luz salpicada por algún que otro destello de planetas y estrellas lejanas, es en realidad el principal color del universo. Y qué decir del rojo. Algunos lo entienden como sinónimo de furia y violencia que normalmente acaba conduciendo a la guerra, mientras que para otros resulta el color de la alegría y la celebración. ¿Amarillo realeza o amarillo esperanza?, he aquí la cuestión de la que no participan los pesimistas, los cuales, lo evitan convencidos que si lo hacen les cambiará la suerte. Desesperanza que en lugar de acordarse del sol lo hace de la melancolía y los malos augurios.

Contemplar un cuadro es como comerse un helado. Depende del sabor, de los colores y lo que estos representen, nos gustará más o menos y, en consecuencia, estaremos dispuestos a repetir o evitaremos a partir de ese momento encontrarnos nuevamente con él. Pensemos en el grito de Munch. Bastan un puñado de pinceladas intensas, unas formas determinadas y un atardecer de tonalidad extraña, para que todos, casi sin excepción, seamos conducidos al reino de la angustia y la desesperación. Sin que sea necesario sonido alguno. Basta la combinación de una expresión concreta y unos colores y no otros, para que la magia acontezca y seamos capaces de ponernos en la piel del que parece gritar. Simbolismo como contraposición al naturalismo. Siempre la misma pugna, eternos contendientes. En el rincón azul, la razón, campeona indiscutible hasta no hace mucho. En el rojo, la emoción, sempiterna aspirante al título, que cuando parece que por fin lo va a conseguir, siempre acaba por pasar alguna cosa inesperada que la devuelve a la dura realidad en forma de derrota.

Actualmente vivimos en el periodo más colorido de todas las épocas. Dudo que anteriormente pudiesen disponer de la paleta de colores con la que hoy día contamos. Quizás por todo, igual que los estados de ánimo nos eligen, también nosotros podemos escoger el color del pantalón o la camisa que llevaremos. Hoy pintamos las paredes de verde en busca de esa tranquilidad  tan añorada y que tanto falta en nuestras ciudades, mientras elegimos sofá en vez de por su comodidad, en función de si el color pega con el del suelo. Curioso, ¿verdad?

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