Costumbres

Según a quien preguntes, entenderá las costumbres como algo fundamental en su existencia o como un ancla o lastre que le imposibilita establecer conductas creativas que le han posible percibir su existencia desde múltiples puntos de vista.

Las costumbres se conforman a partir de los sentimientos que nos producen. Cuando una determinada conducta nos produce bienestar tendemos a repetirla, siendo dicha repetición lo que acaba conformando la costumbre.

En realidad, se necesitan de tres a seis meses para que una conducta acabe siendo una costumbre. No resulta sencillo por tanto establecer lograr que un acto se convierta en costumbre. Como todo en la vida, requiere de perseverancia. Es la repetición, la búsqueda continuada y en ocasiones obsesiva de bienestar, lo que nos conduce al establecimiento de una costumbre. La cual, una vez consolidada, requiere de un esfuerzo similar pero de carácter inverso para dejar de ser tal. Es decir, que cuesta tanto consolidar una costumbre como pugnar por eliminarla.

Todo lo anterior, posiblemente, explica por qué las costumbres son más de la época adulta de una persona que de su juventud. La falta de experiencia nos lleva a probar, a intentar cosas nuevas, a buscar soluciones distintas. Sin embargo, según los errores nos van golpeando y nuestro “saco” de aceptación de malestar se va llenando, la tendencia suele ser a emprender acciones de carácter conservador. Preferimos lo malo conocido que lo bueno por conocer. Nos conformamos con no volver a sufrir un desengaño con tal de evitar un nuevo sufrimiento que se añada a todos los anteriores. En consecuencia será el bagaje experiencial de una persona, si la balanza se inclina más hacia las experiencias desagradables o a todo lo contrario, lo que colmará el vaso y nos hará conservadores eliminando o disminuyendo la presencia de la curiosidad de la ecuación de su vida. Porque la curiosidad ofrece tanto bienestar como sufrimiento, y solamente unos pocos son capaces de paladear con agrado el regusto amargo que los fracasos suelen comportar. De ahí que la mayoría acabemos instalados en el dominio de las costumbres y prefiramos transitar caminos conocidos antes de aventurarnos por tierra ignota para acabar teniendo que aceptar nuestra imposibilidad de lograr escapar de lo desconocido. Uno sabe que se ha envejecido cuando es incapaz de encontrar diferencias en su agenda diaria. Cuando los días acaban convertidos en clones que se repiten y se repiten, entonces es que las costumbres lo han invadido todo expulsando definitivamente todo atisbo de creatividad. Sin embargo esto último no tiene por qué ser malo de por sí. En realidad todo es cuestión de gustos. Si eres de las que prefieren despertarse cada día sin tener claro lo que va ocurrir, si has decidido elevar el edificio de tu existencia sobre ruedas en vez de hacerlo sobre una base firme, definitivamente las costumbres no formarán parte de tu abanico conductual. En cambio, si a partir de determinado momento decidiste que preferías guardar tus energías extra para momentos “especiales”, en vez de hacerlo en luchar contra los efectos de incontables novedades, entonces la seguridad es tu paradigma. Porque, en realidad, la vida no es más que elegir entre que la monotonía y el aburrimiento acaben formando parte de tu repertorio experiencial, o que lo haga la improvisación y la novedad. Porque todo es cuestión de control y seguridad, y lo capaces que seamos de aceptar vivir más o menos sin su presencia.

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