The Moral Psychology of Admiration

La admiración es una emoción que nace de la posibilidad que tenemos, por el mero hecho de ser seres humanos, de sentir empatía hacía los demás. Es la imagen en el espejo en que desearíamos convertirnos, esa esperanza de mejora que implica cualquier proceso de construcción y que nos permite crecer, o como mínimo sentir lo que no estamos realizando tal y como nuestros propios ideales nos indican. Mezcla de asombro y sorpresa, en muchas ocasiones acaba transformada en impulso vital que nos lanza hacia una determinada meta. Pero que, sin embargo, en otras muchas no tiene por qué implicar emulación.

Se puede admirar a otra persona sin sentir la necesidad de ser como ella. Sencillamente significa que somos capaces de valorar aquello que el otro ha construido o aquello en que se ha convertido. Desde la bondad y sin que un mínimo atisbo de envida acontezca. Pura y grandiosa humildad que nos permite situarnos allá donde verdaderamente estamos o, al menos, hacerlo en función de ese universo que cada uno de nosotros construye, generalmente, con intención de poderlo habitar y transitar. Porque asumir que alguien está más allá de nosotros no debería implicar per se humillación o pérdida de autoestima, sino aceptación. Quizás sea ésta una de las principales funciones de la admiración (además de la de emular para crecer), asumir lo que verdaderamente somos, y poder así construyendo a partir de unos cimientos ciertos. Porque, la humildad que hace posible admirar al otro, al mismo tiempo nos permite seguir nuestro camino sin la obligación de hacerlo siguiendo los pasos de ese otro, ni tenerlo que hacer con el malestar que implica saberse no capaz de emular un ideal.

Existen personas que se resisten a admirar. Personas que se engañan (todos nosotros, en algún momento u otro de nuestra existencia, hemos tenido un modelo que seguir), pensando que son lo que son por ellas mismas. Personas que, convencidas que no hay nadie mejor que ellas, prefieren centrarse en sí mismas (o convencerse de que así lo hacen) para no tener que aceptar que existen otros por encima. Sin embargo, no es este el mayor peligro que implica la admiración. Porque, por mucho malestar que la desesperanza de no lograr convertirnos en aquello que admiramos pueda producir, siempre nos quedará saber (aunque sea en lo más profundo de nuestro ser) que no lograr un objetivo, aparte de más o menos frustración, para lo que verdaderamente sirve, es para alcanzar un nuevo nivel de aprendizaje. Ese es, en mi opinión, el principal objetivo de los retos: llevarnos a superarnos, conducirnos por la dura senda del crecimiento y aceptar el punto que finalmente logramos alcanzar. El verdadero peligro de admiración es abandonar nuestro yo a los caprichos de otros seres. Aquí es donde la admiración, al ser mal administrada, puede acabar convertida en un elemento que para lo único que sirva es para propiciar cierta adoración sin crítica. La admiración, cuando elimina definitivamente de la ecuación de nuestra existencia el propio yo, deja de ser tal para convertirse en gasolina que favorece la aparición de determinados cultos religiosos o diversos tipos de fascismos. Esta es la principal disfuncionalidad de la admiración. Que perdamos la capacidad de comparar al otro, a ese admirado, con nuestro yo. Que no seamos capaces de tomar conciencia de que nadie merece poseer otro yo que el propio, y que en caso de darle oportunidad de apoderarse del de los demás, lo único que acaba por implicar es dolor.

Archer, Alfred & Grahle, André. The Moral Psychology of Admiration. Rowman & Littlefield Publishers. 2019.

Etiquetado , , , , ,

Deja un comentario