The Moral Psychology of Curiosity

La curiosidad es en mi opinión, probablemente, una de las emociones principales de cara nuestra supervivencia. Aunque con menos “fama” que el miedo o la ira, la curiosidad nos permite interesarnos por todo aquello que nos rodea. Impulsada por el deseo de conocer, la curiosidad nos ayuda a discernir entre aquello que puede resultarnos beneficioso, y aquello otro que puede acabar con nuestra existencia. Pero, a pesar de su importancia, la curiosidad ha sido desplazada a un segundo plano e, incluso, denostada por motivos políticos y religiosos durante muchos siglos. La razón: que a aquel que detenta el poder no le suelen gustar las personas curiosas. De ahí, quizás, la expresión de “la curiosidad mató al gato”. Demasiados conocimientos nos hacen “peligrosos” para los que mandan. Seguramente, resulta más fácil ejercer un control social si aquellos a los que se subyuga no están informados y, por tanto, no poseen recursos para poder determinar cuando los están engañando y poderse defender.

Hoy día, afortunadamente, la mayoría contemplamos la curiosidad como una emoción positiva. Nos maravillamos de la capacidad que tienen para ejercerla los niños, el valor añadido que poseerla supone para ellos, e incluso, algunos adultos la envidiamos, interpretando que, posiblemente, hemos perdido nuestra juventud, entre otras razones, por no haber sido capaces de conservar la capacidad de seguir siendo curiosos. Porque, a diferencia de lo que algunos filósofos puedan decir, en mi humilde opinión toda curiosidad es positiva. Estoy convencido que “el saber no ocupa lugar”, que, aunque sea intrascendente, no hay conocimiento pequeño, y que solamente aquellos que han perdido el interés, que no caminan por la vida con cierta mirada inquieta, expectantes de una novedad que les vuelva a hacer sentirse vivos, independientemente de su importancia, son los que han perdido la “inocencia” de la infancia y la “efervescencia” de la juventud. Porque si algo nos aporta la curiosidad, además de conocimiento y cierta sabiduría, es vigor, interés y motivación. La curiosidad nos lanza hacia el futuro ayudándonos a abandonar el pasado gracias a cada conocimiento que incorporamos. He ahí su grandeza. De ahí que poco importe si el objeto de nuestra curiosidad es más o menos transcendente. Lo importante es mantenerse curioso. Pugnar por seguir interesado por todo aquello que nos rodea, con los ojos bien abiertos, a la espera de una nueva vivencia, de una nueva sorpresa que nos revitalice y engrandezca.

Siempre he sido una persona curiosa. A pesar de ello, según voy envejeciendo, me doy cuenta que la parte conservadora que ello comporta, lentamente, se va apropiando de mi curiosidad arrinconándola. Porque cada vez las cosas parecen costar más, y ante la dificultad que implica mirar de conservar lo que ya tenemos, plantearse adquirir conocimientos nuevos, haber de volverse a esforzar, en ocasiones, puede dar pereza. Sin embargo, me resisto. Quizás porque tengo muy claro que la diferencia entre una piedra y un ser vivo, es que la piedra está contenta como está, mientras que un ser vivo necesita moverse y curiosear. Forma parte de su idiosincrasia. Por eso, estoy plenamente convencido, que el día que deje de ser curioso, ese mismo día, será en el que también deje la vida. Porque, aunque mi corazón siga latiendo, y mis ojos continúen abiertos, poco me importará, pues no habrá nada que ya llame mi atención y, en consecuencia, será mejor morir, que permanecer muerto en vida.

Inan, Ilhan & Watson, Lani & Whitcomb, Dennis & Yigit, Safiye. The Moral Psychology of Curiosity. Rowman & Littlefield Publishers. 2018.

Etiquetado , , , ,

Deja un comentario