Música

Creo que en alguna entrada anterior ya hablé sobre la música y de cómo esta, en ocasiones, se comporta como si fuese una máquina del tiempo. Basta con escuchar una canción, para que sin darnos cuento nos traslademos a aquel momento concreto en la que la escuchamos incorporándola por primera vez a nuestra existencia. Poco importa si la canción en aquel momento fue más o menos importante. Resulta suficiente con que formase parte de nuestra experiencia vital. Tampoco importa mucho el grado de idealización que hagamos del momento pasado. En el fondo, para bien y para mal siempre acabamos otorgando significados en el presente distintos a los que en realidad se dieron en el pasado. Esa es quizás la ventaja de que emociones y sentimientos tienen sobre todo lo demás: se interpretan en el ahora, se sienten en el momento presente, que es cuando las cosas verdaderamente acaban por tener valor.

En realidad, la música tiene una función amplificadora de determinadas emociones. Quizás la más relevante sea la nostalgia (para bien y para mal, hay nostalgia dulce y nostalgia amarga). Por ejemplo, me viene a la memoria todas esas canciones que sonaban por la radio cuando era pequeño, canciones que acompañaban a mis familiares en casa durante sus quehaceres diarios, como el sonido del reloj al avanzar, o el canario de mi abuela cantando en el patio. Canciones que, como tantas cosas que sucedían en aquel momento no me decían gran cosa. Simplemente sonaban, estaban allá envolviéndonos con su presencia. Pero que ahora, con el tiempo pasado, han cobrado un significado que hace que cada vez que las escucho me retrotraigan a aquellos momentos provocándome toda una serie de emociones.

Este es sin duda el gran poder de la música, lo que la vuelve tan importante, al menos en mi caso. Canciones que mueven algo dentro de todos nosotros a nivel emocional que pocas otras cosas logran en nuestra existencia consiguen. Porque todos tenemos una banda sonora de nuestras vidas. Una de visible, canciones con significado directo, que nos configuran. Otra de invisible: canciones que hasta que un día no suenan de nuevo en nuestra vida no nos damos cuenta de su importancia. Incluso, canciones que en su momento fueron denostadas (significaban proximidad con nuestros mayores, cuando todo en nuestro interior nos demandaba conseguir poner distancia), hoy nos conmueven haciéndonos recordar lo cambiantes que pueden ser los significados según se vayan dando los diferentes afectos. Todos podemos realizar una cronología de nuestros momentos vitales utilizando la música, y retrotraernos a ellos con simplemente darle al “play”. Solamente logran algo similar determinados olores o alguna que otra fotografía. Pero tienen que ser extremadamente poderosas emocionalmente para lograrlo. En cambio, en la música todo sucede sin apenas esfuerzo, basta que se engranen una determinas notas, para que la magia acontezca.

Siempre he tenido una conexión especial con la música. Ésta siempre ha estado en mi vida. Recuerdo pocos momentos en los que, pudiendo elegir yo, no haya llenado mi existencia con su presencia. Incluso hubo un tiempo que dormía escuchándola. Porque la música, en mi caso particular, tiene además esa virtud: resulta fácil de acomodar y de compartir su espacio con el de otras “labores” sin que realmente me moleste o distraiga en su realización. La música no solamente me relaja, alegra, entristece o me provee de una dosis energética que me levanta, también forma parte de mí, como otro miembro de mi cuerpo o de mi mente.

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