Asco como frontera

Si alguien nos preguntase que es lo que limita nuestro yo de lo que no lo es, la mayoría de nosotros diríamos que es nuestro cuerpo, nuestra piel. La piel, el cabello, las mucosas de la nariz, la boca, el ano, los ojos… son lo que delimitan lo que somos del resto. Incluso cuando nos clavamos una espina, aunque ésta se haya introducido más o menos profundamente en nosotros, todos sabemos que la espina no forma parte de nuestro yo, sino que se trata de un cuerpo extraño, algo que más pronto que tarde nuestro cuerpo expulsará.

Sin embargo lo anterior no es realmente así. Cada uno de nosotros somos lo que su cerebro ha decidido que somos. Y aunque el 99,99% de los cerebros funcionan de la misma manera, y por tanto establecen límites semejantes, el 100% utiliza elementos diferenciadores que, posiblemente, determinan lo que cada uno de nosotros acabamos siendo y, sobre todo, sintiendo. Si alguien nos dijese que una emoción realiza la función de frontera entre nuestro yo y lo demás, probablemente no le creyésemos. Pero esto es un hecho, y dicha emoción no es otra que el asco. Porque si nos detenemos a pensarlo, pronto nos apercibiremos de que el asco no sólo protege los límites de nuestro cuerpo, sino también los límites de nuestro yo. El asco es lo que nos permite o no acercarnos a los demás. Es aquello que marca el punto que no estamos dispuestos que nadie ni nada traspase. Sentimiento aversivo tan intenso que impide de tal manera sobreponernos al malestar que supone, que por regla general acaba siendo más fácil apartarnos, poner distancia, que favorecer el acercamiento.

La emoción del asco está conformada por un importante componente cultural. Lo que en nuestra sociedad nos resulta asqueroso, imposible de soportar incluso su mera presencia, en otras puede resultar placentero o, incluso, intrascendente. La intensidad de nuestro asco, y en consecuencia nuestros límites, dependerán de grado de tolerancia que hayamos alcanzado. Posiblemente pocos de nosotros seríamos capaces de vivir como si nada en un vertedero. Hacer de este nuestro ecosistema, nuestra despensa. Sin embargo sabemos de muchas otras personas que, quizás porque no han conocido otro entorno, no parecen tener problema alguno en compartir un espacio repleto de sustancias y animales potencialmente contaminadores o peligrosos para nuestra supervivencia. El morbo, como emoción que parte del asco que en lugar de producirnos aversión nos resulta placentero o en cierto modo atractivo, es un buen ejemplo de lo anterior. Lo que para unos es detestable e insoportable, para otros resulta ciertamente atrayente. Y lo mismo sucede a nivel psicológico. Porque el asco no se debe únicamente al contacto con potenciales contaminantes, sino que también acontece a partir de imágenes mentales, metasentimientos, metaemociones, que forman parte de nosotros y que determinan lo que resulta aceptable de lo que no. De ahí que nuestra frontera, nuestros límites no sean únicamente los que establece nuestro cuerpo, la envoltura que contienen a nuestro yo, sino que también se establezca a partir de aquello que nuestro yo delimita, algo así como el aura, pero dejando de lado cualquier atisbo de misticismo.

Somos aquello que nuestro cerebro delimita. Pertenecemos o nos evadimos en función de extraños algoritmos definidos nuestras emociones, lo que convierte a nuestro yo en algo más que un cuerpo y sus experiencias. La dificultad, como casi siempre, es ser capaz de explicar su funcionamiento. Y ya se sabe, lo que no sabemos, lo acabamos inventando.

Etiquetado , , , , , , ,

Deja un comentario