Opulencia

Cualquier comparación suele ser odiosa, pero si lo hacemos, si miramos nuestro estilo de vida y lo comparamos con el de nuestros padres, el de nuestros abuelos o el de nuestros bisabuelos, pronto nos daremos cuenta de que nosotros vivimos con un grado de comodidad que puede resultar incluso excesivo con respecto a todos ellos. ¿Excesivo?, ¿puede la comodidad ser excesiva? En mi opinión sí. Cuando la comodidad, el bienestar, deja de ser tal para convertirse en opulencia, entonces la cosa se descontrola, se degenera.

Cada vez tengo más claro que los seres humanos necesitamos sentir que nos “hemos ganado” aquello que tenemos, ya no sólo para valorarlo, también para valorarnos a nosotros mismos. Cuando las cosas nos llegan sin esfuerzo, cuando no resulta necesario hacer nada por lograr una meta, tendemos a creer que todo ocurre porque nos lo merecemos, que tenemos el derecho de vivir en la opulencia por el simple hecho de existir. Y en esas estamos. Por suerte o por desgracia nos ha tocado vivir un momento temporal en que todo parece estar al alcance de nuestra mano. Sin que se haya de realizar esfuerzo alguno. Además, parece que todo tiene que suceder ya. ¿Qué es eso de esperar? Tenemos el derecho a que las cosas ocurran en el preciso instante en que deseamos que lo hagan y, en caso de no acontecer así, nos enfadamos con todo aquello que nos rodea como niños pequeños. Porque, en realidad, es en eso mismo en lo que sin darnos cuenta nos estamos convirtiendo. Seres inmaduros que navegan entre episodios hedonistas, y donde las rabietas terminan transformándose en tristeza cuando no nos queda otra que asumir que las cosas no siempre acaban aconteciendo como desearíamos que fuesen y la frustración entra en escena.

Vivir en la opulencia no es un premio sino un castigo. Necesitamos sentirnos útiles. Necesitamos sentirnos capaces. Porque, en caso contrario, lenta, silenciosa y paulatinamente, nuestro autoconcepto se va erosionando y acabamos desbordados por la tristeza. Según la OMS, la depresión ha aumentado un 20% en la última década, convirtiéndose en la mayor causa de discapacidad en el mundo. Y yo me pregunto, ¿cómo puede ser qué, viviendo como lo hacemos en la opulencia, sea una forma de tristeza patológica la enfermedad que más crece? La respuesta es la propia opulencia. Sentir que lo tenemos todo, que no hace falta esforzarse, luchar por un objetivo, ser mejor, ampliar el abanico de las propias capacidades y competencias, nos aletarga, nos lleva a procrastinar, quitándole sentido a nuestra existencia mientras le cierra la puerta a cualquier atisbo de alegría. De aquí que cada vez más personas no encuentren sentido a su vida y la depresión se imponga. Si las cosas nos acontecen sin que tengamos que hacer nada, si no tenemos ningún tipo de control sobre lo que nos sucede, entonces…, entonces todo da igual, tanto nos da movernos que quedarnos parados y, sin darnos cuenta, acabamos entrando en un túnel del que resulta cada vez más difícil salir.

Estoy convencido de que, si la vida da un paso atrás y nos obliga a tener que vivir como lo hacían nuestros abuelos, seremos muchos los que no seamos capaces de conseguirlo y adaptarnos para sobrevivir, porque, imbuidos como estamos en una opulencia que nos ciega, conduciéndonos únicamente lo hacemos por la senda del hedonismo, el egoísmo y la frustración, cuando los dos primeros no se vean consumados, todo se acaba viniendo abajo. Tristeza, es lo que a veces siento, pero en mi caso, por ser cada vez más consciente que hace mucho que equivocamos el camino y que cada vez resulta más complicado volver hacia atrás.

Etiquetado , , , , , , ,

Deja un comentario