¿Es posible cambiar un automatismo emocional?

La respuesta a esta pregunta, por increíble que pueda parecer es un rotundo “sí”. El problema no está en conseguir el cambio sino en lograrlo con más o menos rapidez.

Se suele creer que la reacción primera en forma de conducta que subyace a una emoción suele ser inconsciente, o lo que es lo mismo, imposible de controlar. Posiblemente dicha creencia posee bastante certeza. Las emociones provocan reacciones inconscientes, automatizadas, con objeto de garantizar una rápida respuesta ante una situación presumiblemente “peligrosa”. No hay tiempo para reaccionar. Nuestra vida depende de la velocidad con la que respondamos ante un determinado peligro. En consecuencia, controlar determinadas conductas puede resultarnos completamente imposible. Pero, ¿realmente no está en nuestra mano detener una determinada reacción? Evidentemente no.

Pongamos algún ejemplo. Imagina que vas caminando por el bosque y, de pronto, descubres que una serpiente repta a pocos centímetros de ti. La reacción más lógica, en la mayoría de personas, es dar un salto, apartarnos a toda velocidad. Es decir, poner distancia. Evidentemente, ésta es una respuesta que nace a partir de un miedo atávico, de un miedo programado previamente. Como si algo anterior a nuestros conocimientos adquiridos, previo a la propia experiencia nos haya hecho entender que el peligro con las serpientes aumenta según disminuye la distancia que mantenemos con ellas. Olvidando que, en realidad, ellas sienten más miedo hacia nosotros, que nosotros sentimos hacia ellas. De ahí que, si una serpiente nota que no queremos acercarnos, no suela ponerse a la defensiva, o lo que es lo mismo, no se prepare para atacarnos y, en consecuencia, su peligrosidad disminuya. Sin embargo, alguien acostumbrado a “trabajar” o manipular serpientes, al verlas no sentirá miedo alguno y, por tanto, tampoco reaccionará alejándose, sino que actuará de manera que pueda acercarse, incluso coger la serpiente. Todo es cuestión de confianza. No en el animal, sino en nuestras habilidades. Estar seguro de que podemos gestionar una  determinada situación, con independencia de su peligrosidad, posibilita mantener nuestras emociones a raya, y con ellas, las conductas automatizadas que éstas comportan.

Únicamente haciendo conscientes las respuestas automáticas seremos capaces de evitar que se activen sin que podamos evitarlas. Es decir, si queremos dejar de reaccionar emocionalmente de una determinada manera, contrariamente a lo que la “lógica” nos dice, lo más efectivo es hacer consciente tanto la emoción como la conducta que lo provoca. Analizarla. Saber cómo reaccionamos y porqué. O lo que es lo mismo, en lugar de resistirnos, gestionar o intentar contralar una emoción, lo más “inteligente” es hacer todo lo contrario: permitirnos sentirla, saborearla. Necesitamos experimentar las cosas para conocerlas y entenderlas. De otro modo, permitimos que el miedo y otras emociones, cuya misión es protegernos, aparezcan y se apoderen no sólo de nuestro pensamiento, sino también de nuestros actos. El problema es que “experimentar” suele comportar dolor, y que cada vez más nos educan para que alejemos todo lo posible el dolor. Quizás por ello actualmente hay más personas que hablan o escriben sobre cómo gestionar o controlar las emociones, al mismo tiempo, son más quienes compran o escuchan a los anteriores. De todos ellos, los únicos que ganan son los primeros. El resto continúa creyendo, sin saberlo, en los reyes magos.

Etiquetado , , , , , ,

Deja un comentario