Catorce tipos de miedo

El miedo es una emoción primaria (teóricamente pura, sin que participen otros sentimientos en su constitución), de ahí que mezclada con otras emociones (sean estas primarias también, secundarias o terciarias) pueda dar lugar a diferentes tipos diferentes de “miedo”. En realidad, podríamos decir veinte, o incluso treinta, porque, como veremos a continuación, si ponemos la lupa, rápidamente veremos que no siempre resultará sencillo establecer una diferenciación clara e, incluso, coincidir con que se pueda denominar miedo a la emoción o sentimiento resultante. Echemos un vistazo y que cada cual decida según su experiencia…

Primero tenemos el miedo real, es decir, ese que surge de estímulos reales y no imaginados. Después vendría el miedo irreal, generalmente producto de nuestros pensamientos, y estado emocional, y que no suele estar basado por tanto en la realidad, lo cual, por increíble que pueda parecer, lo hace todavía más peligroso ya que fácilmente puede acabar transformado en fobia. El tercer tipo es el miedo adaptativo: rápido y efectivo, nos ayuda a activar los estados de alerta dándonos tiempo para reaccionar ante un peligro real. El cuarto el miedo patológico o fobias, cuyo carácter irracional lo convierte en terriblemente peligroso ya que al “construirse” internamente, no depende de estímulos externos sino del grado de aversión que nosotros mismos nos autogeneremos. Luego vendría el miedo al dolor físico. El problema no es el daño que sufrimos, sino el sufrimiento que nos produce. El sexto es el miedo social (en la entrada anterior hablamos de uno de sus subtipos, el FOMO). Después vendría el miedo metafísico, construido a partir de la tristeza patológica (es decir la depresión), produce dolor del alma y, en consecuencia, un profundo malestar e indefensión. El octavo tipo de miedo, es el miedo a la incertidumbre. A mí me gusta referirme a él como miedo a no tener el control o sentimiento de pérdida de control. A partir de aquí vienen “miedos” más difíciles de determinar, como por ejemplo el miedo a comprometerse, a triunfar (complejo de Jonás, del cual hablaremos en una futura entrada de manera más específica), a fracasar (aquellas personas con un alto concepto de sí mismas y exageradamente perfeccionistas suelen ser las que más lo sufren), miedo a la soledad (relacionado con déficits de apego mezclado con estereotipos sociales como el matrimonio o la vida en pareja, o cómo vulgarmente se dice, miedo a quedarse para vestir santos…). Finalmente, estaría el miedo a la muerte. Este es un miedo que podríamos situarlo en la categoría de social ya que, según el tipo de cultura, se dará, su intensidad será mayor o menor o, incluso, no existirá como tal. Para todos aquellos que como yo viven en un marco cultural occidental (influenciado por el cristianismo), debido al uso del miedo que la iglesia lleva ejerciendo (la idea de acabar en el infierno, o lo que es peor, en el purgatorio ha hecho muchísimo daño), les será fácilmente reconocible, ya sea en carnes propias o en más de uno y de dos personas de su alrededor. Todos los seres vivos sienten miedo. Es esta una emoción convertida en mecanismo de defensa, casi en un impulso y, por tanto, imprescindible para la supervivencia de un organismo. Nuestro problema como seres humanos, es que estamos “retorciendo” la emoción del miedo hasta límites tan insospechados, que en muchas ocasiones acabamos olvidándonos de su función para acabar “esclavizados” por sus efectos. El miedo transformado en rutina vital anula e incapacita. Por eso es tan importante aprender a “utilizarlo” correctamente.

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