Suerte y emociones

¿Tiene la suerte alguna relación con nuestras emociones? Si buscamos una respuesta des del punto de vista “racional”, es decir, desde el punto de vista de la ciencia más ortodoxa, rápidamente responderíamos que “no”. Sin embargo, si nos lo paramos a pensar durante un instante pronto nos daremos cuenta de que la respuesta no resulta tan obvia como a primera vista podría parecer.

En primer lugar, solemos caer en la trampa de creer que la suerte viene determinada por el azar. De hecho, sería esto mismo, el azar, lo que nos llevaría a responder a la pregunta con la que empezábamos esta entrada negativamente, aunque eso sí, así lo único que lograríamos es volver a enfocar el tema de manera precipitada. Sabemos que suerte y azar mantienen una relación muy especial, tanto, que acabamos olvidándonos que el azar es algo extremadamente variable y condicionado. En realidad, basta con que empujemos en la dirección correcta para que el azar sea uno u otro. Me explico. Difícilmente nos podrá tocar la lotería si no jugamos. Resultará también bastante complicado poder conocer a personas nuevas sin salir de casa. O leer un libro sin abrirlo. Dicho de otra manera, la suerte se busca, o quizás sería más preciso decir que la suerte se trabaja. Pero, ¿cómo “trabajamos” la suerte? Simple: creyendo en que podemos lograr aquello que deseamos. De igual modo que no podremos leer un libro sin antes abrirlo, tampoco conseguiremos alcanzar un objetivo sin ponernos manos a la obra y lanzarnos hacía él. Y es aquí donde las emociones acaban participando activamente.

En segundo lugar, olvidamos que no es lo mismo enfocar un objetivo desde la confianza, el optimismo y la alegría, que hacerlo desde el miedo, el pesimismo o la desesperanza. Todos hemos visto partidos de futbol, tenis o cualquier otro deporte, donde el simple convencimiento de que el triunfo es posible lo acaba haciendo realidad. Pasar de la derrota segura a un triunfo inesperado, en muchas ocasiones, acaba dependiendo de que en un momento determinado del partido ocurra algo que devuelva la esperanza y la confianza en poder alcanzarlo en aquellos que estaban, a priori, derrotados.

De todo lo anterior, el aprendizaje que podemos obtener no es otro de que será la actitud que tengamos frente las dificultades lo que nos llevará a aumentar o disminuir nuestras posibilidades de superarlas. O lo que es lo mismo, será la gestión que hagamos de nuestras emociones lo que nos dará más o menos oportunidades frente a las diversas vicisitudes de nuestra existencia. De igual manera que podemos definir la manera en cómo nos movemos por la vida, si preferimos hacerlo enfadados, asustados, confiados, alegres o avergonzados (por poner algunos ejemplos), también podemos hacer que la “suerte” se alíe o no con nosotros impulsándonos hacia un determinado logro. Para ello, lo más importante no será creer o no en nuestra buena fortuna, sino enfocar los retos desde la confianza, o lo que es lo mismo, hacerlo desde una posición proactiva, con intención de buscar soluciones y no quedándonos solamente en lo “jodidas” que puedan ser las dificultades que se nos presentan. Será nuestra capacidad de control, la manera en que confiemos en que las cosas podrán acabar siendo como nosotros deseamos que sean, lo que hará o no que tengamos alguna opción de crecer. Porque la suerte por sí sola no aporta más valor del que puede darnos obtener algo sin habérnoslo ganado, sin saber cómo lo hemos logrado, por lo que es siempre mucho mejor remar para que, en caso de ausencia de viento, podamos seguir avanzando en la vida.

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