Déjà vu emocional. Dèja vu existencial

Sabes que te has hecho viejo en el mismo momento en que te das cuenta de que tu vida se ha convertido en una especie de eterno día de la marmota. O quizás sea antes, es decir, que en realidad nuestra existencia no sea más que eso: un eterno bucle que se repite con independencia del número de arrugas y canas que vayan apareciendo.

Vivimos en un eterno “déjà vu”, o al menos yo vivo en uno. Me levanto más o menos siempre a la misma hora. Hago las mismas cosas. Me voy al trabajo. Trabajo. Vuelvo a casa. Repito casi las mismas cosas de nuevo. Me voy a dormir. De vez en cuando se produce algún cambio. Minúsculo. Tanto, que incluso me atrevería a decir que simplemente se trata de un nuevo bucle dentro del anterior, pero con una latencia de repetición más lenta. De ahí quizás que lo perciba como novedad…

Quizás por todo ello son pocos los que pueden realmente escribir una biografía y que ésta sea interesante (cambiable, con elementos relativamente novedosos que eviten que el lector acabe también aburriéndose). Y, de hecho, si nos paramos a analizar las distintas biografías y tenemos en cuenta que están referidas a toda una vida… ¿1000 páginas contienen todos los aspectos reseñables de una existencia? Observando el grosor de los libros que contienen dichas biografías, parece que sí.

Si al día de la marmota le añadimos la cada vez más preocupante escasez de emociones… la cosa se pone bastante triste. Y es que vivimos en un mundo donde nos hemos empeñado en economizar al máximo. Cada generación reduce todavía más el número de palabras que utiliza bien creando neologismos a veces absurdos, bien empeñándose en buscar palabras comodín que sirvan para todo. Olvidamos que la riqueza de nuestra existencia en buena parte está supeditada a la cantidad de aspectos que somos capaces de percibir y diferenciar. Pero si a todo lo llamamos igual… entonces es que todo es la misma cosa, y de aquí a caer en la abulia existe menos de un paso.

El problema de nuestro eterno día de la marmota es que, como todo en la vida, más temprano que tarde termina. Y cuando lo hace… entonces es cuando nos empeñamos en echar la vista atrás, permitiendo que la nostalgia tome las riendas y pervierta lo que nunca ocurrió transformándolo en convencimiento de que si existió. Y aunque somos plenamente conscientes de que en buena parte estamos desperdiciando nuestra vida, lo cierto es que resulta harto difícil no dejarse llevar. Y es que, por mucho que nos empeñemos en ser “cazadores” de nuevas emociones, que nos empeñemos en experimentar nuevas vivencias, en que nuevas emociones creen nuevos recuerdos que se graven en nuestra memoria haciéndonos sentir vivos, conseguirlo no es nada fácil. Y no se trata tan solo de energía. Aunque según nos hacemos mayores, ésta nos va abandonando, también influye la necesidad de seguridad trasvertida en confortabilidad, en miedo a perder lo que realmente no tenemos, pero estamos convencidos poseer hasta que el final se presente ante nuestros ojos para abrírnoslos definitivamente. Y es que en el fondo nos empeñamos en “cazar” las emociones equivocadas. Nuestro error es que permitimos que el miedo, la tristeza (en forma de nostalgia), la culpa y demás emociones que nos anclan a un pasado inexistente, sean las que predominen, impidiéndonos así dejar entrar otras y sin que nos demos cuenta de lo que ocurre.

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