Blame: Its Nature and Norms

La culpa y el culpar parecen conceptos idénticos cuando en realidad no lo son tanto. Existen importantes diferencias entre culpar, sentirse culpable y ser culpable. Aunque todo, en principio, provenga del mismo origen, la culpa, estos tres conceptos son en muchos aspectos completamente distintos.

Sentirse culpable, o lo que es lo mismo, la emoción o el sentimiento de culpa, ocurre cuando sabemos y sentimos que hemos hecho algo que ha provocado daño en otra persona (con independencia de si ha sido intencional). Dicho daño, en función de los valores (normas sociales inculcadas principalmente en el seno de la familia) provocará en cada uno de nosotros que aparezca (o no) el sentimiento de culpa con mayor o menor intensidad. Aquí, la función de la emoción no será otra que la de regular las interacciones sociales. La culpa es en buena parte la responsable de garantizar que podamos convivir en sociedad, que seamos capaces de vivir en comunidad con el objetivo de aumentar nuestras posibilidades de supervivencia (función primordial ésta que está presente en todas las emociones confiriéndoles su identidad como tal). Cosa distinta es cuando culpamos a alguien de haber realizado una acción que nos ha producido algún tipo de inconveniente o daño. Culpar tiene como función principal informar al otro que con su conducta está rompiendo las “normas” de convivencia (hayan sido estas pactadas o no de antemano) y que con ello comportará un cambio en la manera que tendremos de relacionarnos con esa persona si no depone su manera de actuar y nos pide perdón o disculpas. Sentirnos culpable es algo que surge de nuestro interior. Somos nosotros los que nos culpamos. En cambio, cuando culpamos lo que estamos haciendo es proyectar la culpa hacia el otro, quien, a su vez, puede o no sentir culpa al respecto, la cual cosa será lo que determinará unas determinadas consecuencias relacionales. Culpar también sirve para regular las relaciones y favorecer la convivencia. La diferencia con sentirnos culpables es que depende de cómo la otra persona ha interpretado e interpreta su acción y el daño que ha producido. Si el otro no está de acuerdo y no se siente culpable, lo único que produje es la aparición de la ira y la protesta en quien culpa, pero no el sentimiento de culpa como tal.

Finalmente estaría el hecho de ser culpable. Únicamente cuando nos reconocemos culpables de haber producido un daño, es que aparece el sentimiento de culpa como tal. Pero podemos ser declarados culpables por los demás (sean personas o tribunales de justicia) y, en cambio, que no aparezca en nosotros la emoción de la culpa. Ser culpable, o mejor dicho, que nos declaren culpable no siempre tiene una relación directa con también sentirnos culpables al respecto, lo cual no solamente determinará como serán nuestras conductas y relaciones con los demás, sino también, si seremos capaces de aprender del “supuesto error o daño cometido” y en un futuro evitar repetir la situación. Es esto último, posiblemente, lo que marca la diferencia con la emoción de la culpa: únicamente cuando nos sintamos culpables respecto a una determinada acción y sus consecuencias, la culpa nos servirá para aprender, para mejorar nuestra manera de relacionarnos. En los otros dos casos, es posible que también, pero el cambio siempre será externo a nosotros y nuestros sentimientos.

Coates, D. Justin & Tognazzini, Neal A. Blame Its Nature and Norms. Oxford University Press. 2012.

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