¿Por qué nos enamoramos?

Todos sabemos más o menos (o al menos eso espero y deseo) qué es esto del “amor” y del enamoramiento. Sin embargo, lo que no tengo tan claro es que sepamos el motivo por el cual nos enamoramos. ¿Es únicamente una cuestión de química? ¿Afectan la cultura y los estereotipos? ¿Hay una única razón concreta o es una mezcla, un todo un poco a la vez? Y si es así, ¿en qué proporción?, ¿qué tiene mayor importancia? Karl Grammer, el eminente etólogo del Instituto de Biología Humana de la Universidad de Viena, afirma que el amor no es más que una construcción cognitiva de aquello que sentimos físicamente y de los procesos que tienen lugar en nuestro cerebro. Es decir, el amor es la respuesta conductual y cognitiva que tiene lugar en función de los cambios químicos y morfológicos que nos suceden. Pero, si esto es así, ¿sabemos realmente qué pasa en nuestro cerebro? ¿Se producen estos cambios con independencia de la edad de la persona? Porque yo tengo la sensación de que no es así. A mí, la experiencia me dice que según me voy haciendo más mayor me cuesta mucho más enamorarme o, como mínimo, que no lo hago con la facilidad con que lo hacía de jovencito.

En esta primera entrada (porque habrá más), hablaremos de las razones que los neurobiólogos nos dan para explicar el amor. Según estos, el amor tiene lugar gracias a que nuestro cuerpo (especialmente nuestro cerebro) se ve inundado por un impresionante coctel de hormonas del que sobresalen especialmente la oxitocina, la endorfina, la feniletilamina, la serotonina, la dopamina y la noradrenalina. En gran medida, ellas son las responsables de los estados de euforia que nos invaden cuando nos sentimos enamorados y de la inmensa tristeza que nos embarga cuando el desamor llama a nuestra puerta, e incluso de ambos estados a la vez, ya que podemos estar deprimidos estando enamorados y eufóricos en pleno desamor (como si no se explica la hiperactividad que nos entra justo poco después de separarnos de alguien y lo mucho que nos ayuda a superar su ausencia y “aclimatarnos” al nuevo orden de las cosas).
Las oxitocinas son las primeras en aparecer y participar en la primera fase del enamoramiento. Esa en la que necesitamos estar continuamente junto a la persona amada, en la que su ausencia es vivida como una desgracia, una hecatombe emocional casi imposible de superar. Cosa que logramos gracias a la presencia de las endorfinas cuya misión es la de “dormirnos”, calmar la desesperación que nos supone no poder estar junto a la persona amada. Aquí también participa la serotonina (o la hormona del bienestar), que con su presencia y optimismo lo endulza todo, o la dopamina que nos lleva a esforzarnos, perseverar al máximo para lograr el objetivo y recibir esa dosis de placer que todo amor correspondido comporta.
Sin embargo, quizás sean la feniletilamina y la noradrenalina las responsables de dar ese punto que hace tan especial al enamoramiento: basta una caricia, una mirada, una sonrisa e, incluso, un pensamiento sobre la persona amada, para que nuestro corazón se acelere, nuestra respiración se entrecorte y todo mute haciendo que nuestra realidad se transforme de tal manera que únicamente cuando ambas desaparecen es que descubrimos cuan distorsionada o no estaba. El drama (toda buena película necesita de uno) está en las feniletilaminas, que, por lo visto, únicamente se liberan durante tres años (lo cual explicaría por qué muchas parejas se rompen pasada esta fecha).

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