“Resentisadisfacción”

La mezcla de emociones produce otras emociones. Algunas las hemos incorporado a nuestro vocabulario y por tanto les hemos otorgado existencia. Otras, por el contrario, aun estar latiendo a nuestro alrededor, siguen escondidas entre las infinitas letras que componen nuestro abecedario. Lo que no podemos nombrar, en cierto modo no existe. Esto es lo que sucede con determinadas emociones. Las sentimos, pero no sabemos nombrarlas o, por el contrario, lo hacemos con denominaciones poco precisas, lo cual, no hace más que acabar de enredar todavía más las cosas.

Hoy quiero hablar de una emoción en concreto, esa que deben sentir las personas que sabiendo que tienen el poder para hacer lo que quieran, lo utilizan para provocar daño en sus adversarios, contrincantes o competidores sin que, como contraprestación, acaben ganando alguna ventaja del tipo que sea a cambio. La motivación es el placer que les produce hacerlo. La particularidad de esta emoción quizás está en que no son muchas (a priori) las personas que la logran sentir. No todos tenemos el suficiente poder como para poder “saborearla”. Quizás por eso no tenga nombre, de ahí que haya decidido, por mi propia cuenta y riesgo, ponerle uno: “resentisadisfacción” (el cual es, posiblemente, demasiado largo y poco acertado…), con el objetivo de sacarla de las sombras en las que reside habitualmente.

La principal característica de esta emoción y, posiblemente la razón de su invisibilidad, está en que resulta fácil pensar que no es algo de un individuo sino de una colectividad (sociedad, empresa, etc.). Algo así como lo que ocurre con los bancos, los supermercados y otras grandes empresas cuando suben el precio de sus productos o servicios a sabiendas que con ello provocarán mucho sufrimiento en los más pobres. No es así. Mientras que en estos casos la motivación es económica, el afán de seguir ganando, en cambio, en la “resentisadisfacción” lo que mueve es principalmente la satisfacción “gratuita” que siente un individuo al saber que con sus acciones, aquel que tanto le disgusta lo va a pasar muy mal.

Es, por tanto, esta emoción una que, como mínimo, se compone de la suma de sadismo, resentimiento, satisfacción en forma de placer y cierto maquiavelismo. No sabría decir en que proporción se presenta cada una de ellas, y quizás falte alguna otra para acabar de configurarla, pero a grandes trazos su composición sería la anterior. Resentimiento, por la necesidad de tener algo que impela a la acción de hacer daño. Sadismo, porque con la satisfacción y el placer no acabaríamos de dar en la tecla. Necesitamos, además, de ese regusto a modo de excitación que deja el saber que estamos cometiendo actos de crueldad en otras personas. Y, por último, unas gotitas de maquiavelismo, imprescindibles para pergeñar la estrategia que se seguirá para conseguir hacer realidad los deseos de hacerle mal al otro.

Creo que, teniendo en cuenta su composición, la mayoría coincidiremos que ésta no es una emoción “sana”. Más bien todo lo contrario. Sólo aquellas personas con ciertos rasgos psicopatológicos la podrán sentir. Aunque, eso sí, dicho nivel de psicopatología, tengo la sensación que siempre estará en función del grado de poder que posea la persona en cuestión para hacer realidad sus “sueños o deseos”. Porque, de no ser así, la posibilidad real de sentirla en toda su entidad se complica. De ahí que sea ésta una emoción que, a priori, únicamente la pueden sentir aquellos verdaderamente enfermos de poder.

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