Archivo de la etiqueta: procrastinación

“Resentisadisfacción”

La mezcla de emociones produce otras emociones. Algunas las hemos incorporado a nuestro vocabulario y por tanto les hemos otorgado existencia. Otras, por el contrario, aun estar latiendo a nuestro alrededor, siguen escondidas entre las infinitas letras que componen nuestro abecedario. Lo que no podemos nombrar, en cierto modo no existe. Esto es lo que sucede con determinadas emociones. Las sentimos, pero no sabemos nombrarlas o, por el contrario, lo hacemos con denominaciones poco precisas, lo cual, no hace más que acabar de enredar todavía más las cosas.

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Síndrome de Calimero

Cuando era pequeño había unos dibujos animados que daban en la tele donde el personaje, un tal Calimero, era un pollito negro a medio salir del cascarón, de hecho, parte de este lo llevaba de sombrero, de ojos grandes y tristones. Recuerdo que eran unos dibujos que no acaban de gustarme. No sé bien la razón, aunque posiblemente se debiese a que pasaban pocas cosas y la mayoría de estas no eran alegres. O quizás, porque el personaje siempre se estaba quejando de su mala suerte y todo parecía salirle mal. Aunque seguramente no era así y, como personaje principal que era, al final las cosas le acabasen yendo estupendamente. Mi memoria es bastante difusa y no he vuelto a ver ningún episodio desde entonces, pero quiero pensar que, por muy políticamente que fuesen por aquel entonces los dibujos animados (qué, comparados con hoy, lo era y bastante), no acabo de creerme del todo que sus creadores pensasen que, en principio, un “héroe” tristón y perdedor podría consolidarse como referente de la chiquillería (aunque teniendo en cuenta del éxito del correcaminos…). Pero lo cierto es que, seguramente sin proponérselo, ha acabado siendo el espejo de toda una (o varias) generación.

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Queja = Procrastinación

Existen diferentes aspectos que definen la época que nos ha tocado vivir. Las distintas generaciones surgidas del siglo XXI coinciden en haberse instalado en la queja por defecto. A diferencia de generaciones de siglos anteriores donde al menos se producía una revuelta cada “x” años, nosotros llevamos casi un cuarto de siglo y todavía no hemos perpetrado ninguna revolución remarcable. Lo que podríamos resumir en algo así como iniciativa cero, pero en cambio, nos hemos vuelto expertos en la queja sin tregua.

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The Moral Psychology of Contempt

Generalmente, siempre que se realiza una violación de las normas grupales o se quebranta un derecho individual, son cuatro las emociones que suelen surgir: el desprecio, la ira, la soberbia y la repugnancia. Sobre la aparición de la ira poco hay que decir: surge como componente vigorizante que permita a la persona afrontar mejor la situación que siente como injusta e, incluso, llegar a intimidar al “agresor” para que, o bien deponga su conducta, o bien se lo piense mejor la próxima ocasión en la que piense actuar de manera similar. En realidad, solamente cuando sentimos que hemos resultado perjudicados debido a la acción de otra persona es cuando aparece la ira. Si lo que produce el perjuicio es el carácter, la personalidad (es decir, la esencia) del otro, entonces, lo que acontece es el desprecio.

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Los psicópatas jamás procrastinan

Probablemente, uno de los aspectos que diferencia a un psicópata de una persona “normal” es que los psicópatas no procrastinan nunca. La procrastinación consiste en dejar para después, de forma consciente y deliberada, tareas que resultan importantes y que, por tanto, deberían realizarse sin excusa alguna. Procrastinar es una conducta deliberada: elegimos procrastinar, incluso a sabiendas de las posibles consecuencias que hacerlo nos pueden comportar. Un psicópata no deja para después algo que le resulta “importante”. De hecho, hace todo lo contrario: focaliza toda su atención en aquello que se ha convertido en su objetivo, en algo vital, que, de no consumarlo, le produce tal grado de desazón y malestar, que no le queda otra que lanzarse con todas sus fuerzas a lograrlo.

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Cansancio pandémico

Si algo ha dejado tras de sí el dichoso coronavirus ha sido una sensación eterna y generalizada de cansancio. Convencido como estoy que no se trata de una sensación exclusivamente mía, (de hecho cuando pregunto a conocidos y desconocidos, a la mayoría les sucede algo similar, con independencia de que hayan padecido o no la enfermedad), eso no quita que me preocupe. Posiblemente, en mi caso, quizás haya que sumar también la edad. Soy consciente de que ya no soy ningún niño, aunque tampoco tan mayor, pero lo cierto es que, de un tiempo a esta parte, tengo que reconocer que me cuesta mucho más trabajo arrancarme a hacer determinadas cosas que antes hacía con dichosa normalidad. Como si un peso extra se agarrase a mis piernas y brazos obligándolos a realizar un esfuerzo mucho mayor del habitual. Como si el depósito de “automotivación” se hubiese agotado y apenas si quedase combustible para continuar la marcha a rastras.

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Prestando atención…

Tendemos a creer que aquellas emociones “aparentemente” más intensas se imponen a aquellas otras que, “aparentemente”, lo son menos. Estamos convencidos de que la ira o el miedo son emociones que pueden con todas las demás. Cuando la ira nos embarga todo lo demás desaparece. Cuando el miedo nos sobrecoge, lo demás pasa a un segundo plano, quedándose únicamente frente a nosotros aquello que lo produce. Sin embargo, las cosas no son realmente así. Cierto que aquellas emociones que poseen una valencia (intensidad) mayor (sea esta positiva o negativa, es decir, con independencia de que los efectos que nos generen sean placenteros o, todo lo contrario), tienden a sobresalir del resto, pero, probablemente, la razón no sea otra que el impacto que producen en nuestros recuerdos. Por motivos de evolución y supervivencia, tendemos a recordar más vivamente aquello que más nos afecta y, sobre todo, si dicha afectación nos produce sufrimiento. A mayor sufrimiento, más profundamente queda registrado el recuerdo, para así, intentar evitar que nos pueda suceder algo similar una próxima vez.

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