Resentimiento

Hace un par de entradas, al hablar de la “resentisadisfacción” salió a colación la emoción del resentimiento, lo cual me llevó a reflexionar sobre su funcionamiento. Si la observamos, es esta una emoción compleja, combinación de ira y amargura en forma de pensamientos negativos hacia alguien, produce un sentimiento muy especial, difícil de explicar con palabras pero que, desagradecidamente todos en alguna que otra ocasión hemos sentido. Si pensamos en la ira, emoción que impele a actuar, y la comparamos con el resentimiento, donde la acción es de carácter más interno, empezamos a comprender lo absurda que es esta emoción adaptativamente hablando. Entiendo que su existencia se debe a la necesidad que todos tenemos de recordar cuando alguien nos ha perjudicado, de guardar ese recuerdo utilizándolo como un mecanismo de defensa de cara al futuro. El resentimiento no solo nos recuerda que debemos tener cuidado la próxima vez que nos relacionemos con esa persona, si no que también, gracias a la participación de la ira, nos lleva a experimentar un deseo de venganza o represalia, de actuar para hacerle saber a esa persona lo que le espera si vuelve a hacer algo similar nuevamente.

El problema del resentimiento es que funciona más hacia dentro que hacia fuera. El resentimiento, según va creciendo (porque esta es otra de sus “bondades”) va clavándose cada vez más, hurgando sin descanso, a modo como lo hace la culpa, reconcomiéndonos continuamente impidiendo así que podamos pasar página. Una emoción no debe durar. Cuando se eterniza es cuando se vuelve disfuncional. Deja de ser operativa, útil, para únicamente producirnos malestar continuo y gratuito, sin obtener a cambio la contraprestación que una posible salida del problema conlleva. Porque esta es otra de las características del resentimiento: que casi nunca nos ayuda a encontrar la solución, sino que generalmente acaba enquistado, retroalimentándose continuamente haciendo que el dolor que lo generó siempre esté presente.

El tramo que separa al resentimiento del odio es pequeño. De hecho, el tiempo, la duración, es la principal diferencia entre ambas emociones. El resentimiento es un sentimiento concreto y temporal. El odio es general y permanente. Es cuando el resentimiento se eterniza cuando deja de ser tal para convertirse en odio. Porque no debemos olvidar que mantener de manera continuada una actitud hostil hacia alguien imposibilita que pueda darse la dosis de confianza mínima para poder mantener relaciones estables y de empatía. Estar continuamente en modo defensivo es la gasolina de la hostilidad y, de facto, la puerta de entrada para que el resentimiento acabe convertido en odio.

Creo que debemos olvidar el resentimiento. Principalmente porque a quien acaba por producir daño es a nosotros mismos. ¿De qué sirve estar perpetuamente rumiando un sentimiento de malestar hacia alguien? Cada vez tengo más claro que la respuesta está en dejar pasar. Una de los aspectos que nos hacen lo que somo es nuestra capacidad de decidir. O lo que es lo mismo, de tener la opción de pasar página, de alejarnos sentimentalmente de aquellos que nos han hecho daño, e impedir así que sigan haciéndonoslo. Superar, ser resiliente, es tener la capacidad de perdonar y perdonarnos. Solamente así impediremos que alguien logre instalarse en nuestros pensamientos determinándolos.

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