¿Control emocional?

Si sueles leer este blog, habrás observado que no me gusta demasiado utilizar los términos “control” y “emocional” en la misma frase. Creo que hablar de control emocional es como hacerse trampas al solitario. No podemos controlar aquello que no está en nuestra mano poder hacerlo, y las emociones son algo que nos sobrepasa a nivel cognitivo: por mucho que nos empeñemos en intentar no sentir de una determinada manera, resulta más que difícil poder lograrlo. Generalmente, y a pesar de la dificultad que ello implica, prefiero hablar de “gestión de las emociones”. Ser conscientes del estado emocional en que nos encontramos ayuda, al menos, a saber (a tener una pista) de los motivos por los cuales tomamos determinadas decisiones o reaccionamos de una manera concreta. Lo cual no quita que seamos  capaces siempre de cambiar una reacción emocional. El miedo, la tristeza o la ira (por citar las más conocidas) únicamente se evitan cambiando el foco de atención, lo cual, como todos sabemos, no siempre es posible llevarlo a cabo. Basta con intentar no pensar en algo para que lo único que hagamos sea pensar en ello.

Además de lo anterior, otra de las dificultades que tenemos a la hora de gestionar nuestras emociones reside en que, a pesar de creer que siempre somos la misma persona, que aquel que éramos hace un mes, un año, una década, es el mismo que en la actualidad viste y calza, la realidad es bien distinta. La vida, las experiencias, nos van modificando según acontecen, haciéndonos mejores en algunos aspectos, pero también peores en otros. Emocionalmente, estoy convencido que creer que vamos superando “pantallas” y que, una vez superadas, ya no debemos de preocuparnos por ellas, resulta un enorme error, un autoengaño. No es sólo que no hay dos situaciones iguales (o como diría el bueno de Heráclito, “no podemos bañarnos dos veces en el mismo río), es que tampoco nosotros somos la misma persona cuando tenemos que encararlas. Cierto que la experiencia es una herramienta poderosa e imprescindible. Aprendemos con el objetivo de minimizar daños en el futuro, pero, por mucho que nos engañemos, jamás podremos eliminarlos al cien por cien.

En realidad, las emociones son simplemente “resortes” que saltan, que se activan o no, en función de determinadas circunstancias. Cada una genera una conducta y no otra. Estados que surgen como respuesta a los cambios internos y externos que tienen lugar, pero que no está en nuestra mano determinar cuándo deben acontecer, con que intensidad y durante cuánto tiempo. Incluso los actores y las actrices, profesionales de la gestión emocional, acaban pagando tarde o temprano jugar a ser “Dios” emocionalmente. Si queremos parecer tristes, no queda otra que pagar el precio y sentirnos tristes. Lo cual, en muchas ocasiones acaba resultando un peaje más elevado del que nos gustaría tener que asumir. 

Significa todo lo anterior que no vale la pena seguir aprendiendo de nuestras emociones. Rotundamente “no”. Conocernos a nosotros mismos siempre acaba resultando una ventaja, no solamente a la hora de interactuar con nuestro entorno, sino que también para ser capaces de perdonarnos cuando nos equivocamos o premiarnos cuando acertamos. No prestar atención, cerrarnos a nuestros sentimientos, únicamente comporta caer en la estulticia, es decir, abandonarnos a los deseos del viento, cediendo así las riendas de nuestra existencia.

Etiquetado , , , , , ,

Deja un comentario