Decisiones obligadas

22.Decision¿A quién no le gustaría conocer el futuro de sus decisiones? Sobre todo en aquellos casos en los que las tomamos obligados por el miedo a las consecuencias de equivocarnos. Es aquí donde más surge la necesidad de conocer como hubiese salido la cosa en el caso de haber tomado la decisión deseada, y poder comparar con nuestra situación tras decidir “a la defensiva”, es decir, tras decantarnos por la opción menos arriesgada.

Resulta curioso como al tomar este tipo de decisiones, en lugar de sentirnos aliviados por haber cogido el camino seguro, aquel que todos a nuestro alrededor aconsejan y aprueban, son las emociones negativas las que se instalan en nosotros, y en especial en nuestros pensamientos, los cuales ajenos a nuestra voluntad, se empecinan en continuar torturándonos recordándonos (seguramente de forma falaz y malintencionada) lo felices que ahora seriamos si hubiésemos tomado el otro camino, ese que nuestro corazón tanto insistía en escoger. Y son estos momentos de presunto “tiempo muerto”, en los que la tristeza mezclada con la culpa, al igual que sucede en las demás situaciones de pérdida, va corroyendo nuestra autoestima y con ella nuestros sueños y alegría. Qué bueno sería el poder detenerlo todo. Darle al botón de rebobinado y retroceder hasta el instante en que nos decidimos y a partir de aquí tomar el otro camino para así poder verlo avanzar y saber hacia donde desemboca. Que maravilloso resultaría poder contemplar las consecuencias de ambas decisiones y en caso de haber acertado asegurando el tiro, poder parar de reconcomernos a reproches sobre nuestra falta de seguridad y valentía, o en el caso contrario, decirnos de una vez por todas que a partir de ahora solamente tomaremos aquellas decisiones que nuestro corazón imponga sin importarnos las posibles precariedades que nos puedan acontecer. Pero lo anterior no es posible y en consecuencia solamente nos queda aprender a domeñar nuestros pensamientos, obligándolos a aceptar (y con ellos a también a nuestra parte más hedonista y alocada) que aunque la vida está repleta de decisiones timoratas, éstas por muy poco satisfactorias que sean, son muchas veces obligadas y que por tanto cuando tienen lugar solamente debemos de continuar y no echar la vista atrás en pos de lo que hubiese podido o dejado de ser nuestra vida en caso de haber decidido diferente.

Existe una expresión que reza “a lo hecho, pecho”, y teniendo en cuenta toda la sabiduría que encierran los refranes, creo que en casos como estos es la mejor de las soluciones: tirar hacia delante, aprender de nuestras emociones, aceptar aquellos desenlaces que no podemos evitar y sobre todo aprender para en un futuro ser capaces de aceptar de mejor manera lo que no tiene otra salida o a ser lo suficientemente fuertes para liarnos la manta a la cabeza y que tenga que ser lo que tenga que ser.

Debemos de ser conscientes que toda decisión que se precie viene siempre acompañada de un ejército compuesto por innumerables miedos aprendidos desde nuestra más tierna infancia. Miedos que con independencia de lo que finalmente acaben ayudándonos, generalmente acaban haciéndonos sufrir siendo dicho sufrimiento el que debemos aceptar si queremos seguir creciendo emocional e intelectualmente. Y no es que la vida sea sufrimiento. No. La vida es aprendizaje… y en ocasiones aprender puede acabar doliendo un poco.

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