Pensar rápido, pensar despacio

49.Kahneman, D - Pensar rapidoNos pasamos el tiempo tomando decisiones. Unas más importantes o cruciales que otras. Las más fáciles de tomar generalmente ni tan siquiera somos realmente conscientes que las estamos tomando. Las más difíciles a veces se nos atragantan y ni con la almohada logramos tirarlas hacia adelante. La vida es estar continuamente tomando decisiones. Incluso no decidir es en sí una decisión. Por tanto, dando por sentado que tenemos la capacidad para decidir, que en según qué casos y qué situaciones es mucho suponer, el componente fundamental deberá ser entonces contar con la información adecuada para poderlo hacer. Y cuando digo adecuada no solamente me refiero a información “técnica”, es decir, datos, descripciones, cualidades, etc., de ese tipo, en los tiempos que corren incluso tenemos demasiada. En realidad acaba siendo el motivo que en la mayoría de las ocasiones acaba dificultando la toma de decisión. La “infotoxicación” es probablemente el mal que aqueja nuestro mundo. No, cuando hablo de poseer suficiente información me estoy refiriendo a esa que adquirimos gracias a las experiencias previas. Son los aciertos y los errores, en especial estos últimos, los que nos visten de recursos a la hora de decidir.

Hasta no hace mucho siempre había escuchado la misma canción: a la hora de tomar una decisión, no te precipites, medítalo bien, evalúa los pros y las contras y no dejes que el corazón sea el que decida por ti. Y ahora, resulta que llega el señor Kahneman y dice que de eso nada monada, que el método más efectivo es dejar que sea nuestra parte no consciente la que tome el control. Bien, no sería honesto si dijese que me ha sorprendido. Hace ya tiempo que intuía (otra prueba más de que en el fondo lo sabía) que nuestro cerebro no lo podía asumir todo y en todo momento. Que aun siendo una “máquina” maravillosa, sus recursos son los que son y cuando los estímulos se apelotonan no le queda otra que defenderse descartando la gran mayoría. Esa es su fórmula mágica para casi siempre salir airoso: “procesar” aquella información indispensable y dejar pasar toda la demás. Pero esto no lo hace por que sí. No es un método caprichoso que en función del pie con que se ha levantado hace  o deshace. Para nada. Fundamentalmente funciona considerando exclusivamente aquello que, por la razón que sea, difiere de lo que en teoría debería ser lo “normal”. Es entonces, cuando algo se sale de la pauta, cuando surge su interés por considerarlo, por evaluarlo, con el objeto de poder decidir si es necesario o no tomar medidas al respecto. Y es en este proceso donde las emociones juegan un papel vital. Son las encargadas de avisar a nuestro cerebro de que algo “nuevo”, algo “diferente” ha sucedido, convirtiéndose así en nuestro sistema de alarma particular. Las encargadas de ponernos en aviso ante de que las cosas se salgan de control.

Por tanto, si bien es cierto que en general acabamos decidiendo si saber conscientemente que lo estamos haciendo, tampoco se trata de “magia potagia”, sino que es la suma de nuestras experiencias emocionales la que nos permite tomar decisiones en entornos de incertidumbre. No la estadística o la lógica. Es el “corazón” el responsable final de que como especie no sólo hayamos sido capaces de adaptarnos, sino que afortunada o desgraciadamente, además hayamos obligado que el resto del mundo acabe adaptándose a nuestros deseos.

Kahneman, D. Pensar rápido, pensar despacio.  Editorial Debate. 2015.

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