Sobre las emociones

Existe una indudable relación causa-efecto entre estados de ánimo y emociones. Poco importa que las emociones partan de una situación intencional (es decir, a partir de un suceso concreto que implique que tengamos que llevar a cabo una respuesta reactiva en forma de conducta), mientras que los estados emocionales no. Resulta evidente que una emoción que se prolonga en el tiempo o que posee una determinada intensidad, acaba por generar un estado afectivo, pero también, que un estado afectivo puede acabar favoreciendo que una determinada emoción se sobreponga al resto y que, en consecuencia, acabe predominando y condicionando la manera como tendremos de relacionarnos con nuestro entorno.

Emociones y estados de ánimo son vasos comunicantes, componentes que configuran un mismo sistema determinante. Basta que estemos de mal humor, para que el juicio que hagamos en relación a una determinada situación sea mucho más severo que si es la alegría la emoción que nos embarga. De la misma manera que una acción genera emociones diferentes si quien la realiza es alguien querido o alguien que nos desagrada. En el segundo caso nuestro juicio será implacable. En el primero se impondrá la condescendencia, el quitar hierro al asunto. Pelillos a la mar. Pongamos el foco de nuestra atención en otra cosa mariposa.

La percepción que tenemos de nuestro entorno determina, el sentido que otorgamos a lo que nos rodea, condicionando así nuestro estado emociona de la misma manera que nuestro estado emocional lo hace con la manera que tendremos de interpretar la realidad. Somos lo que creemos. Percibimos exclusivamente aquello que queremos ver. El resto simplemente no existe. Por eso nos empeñamos en informarnos en una única fuente, rodearnos de las mismas personas, pasear exclusivamente por aquellos parajes conocidos y alimentarnos siempre con aquellos alimentos (físicos y espirituales) con los que hemos crecido. Las novedades nos asustan, nos crean inquietud y, en consecuencia, tendemos a evitarlas. La estabilidad lo es todo. Incluido el acabar confundiendo homeostasis con monotonía.

Contrariamente a lo anterior, la mayoría de nuestros pensadores (incluidos los filósofos griegos), se han empecinado en separar nuestras emociones de la moral. Equivocación que parte, en mi humilde opinión, del convencimiento de la existencia de eso que han llamado “racionalidad”. Durante siglos y siglos la tendencia no ha sido otra que la de mirar hacia otro lado, obviar la evidencia de que esa presunta racionalidad era imposible, al estar basada en nuestro sistema perceptivo. Sistema inexistente, en realidad. Ahora empezamos a ser conscientes de que únicamente somos capaces de prestar atención (y, por tanto, analizar y considerar) un 1% de lo que ocurre a nuestro alrededor, dejando de lado al 99% restante. Si nuestra racionalidad está basada en un porcentaje tan ridículo, ¿qué nos hace pensar en resulta una verdad en sí misma? Tan convencidos estamos en que somos aquello que pensamos, que hemos condicionado nuestra existencia a poseer la capacidad de tener o no pensamientos, sin considerar que es únicamente lo que sentimos lo que nos hace ser. Diseñamos nuestro mundo en función de las emociones y sentimientos que nos embargan. De ahí que ni nosotros ni nuestra realidad sea inalterable y sí un continuo cambio a merced del tipo de viento emocional que sople en cada momento y situación.

Pineda Oliva, David. Sobre las emociones. Cátedra. 2019.

Etiquetado , , , , ,

Deja un comentario