Cansancio pandémico

Si algo ha dejado tras de sí el dichoso coronavirus ha sido una sensación eterna y generalizada de cansancio. Convencido como estoy que no se trata de una sensación exclusivamente mía, (de hecho cuando pregunto a conocidos y desconocidos, a la mayoría les sucede algo similar, con independencia de que hayan padecido o no la enfermedad), eso no quita que me preocupe. Posiblemente, en mi caso, quizás haya que sumar también la edad. Soy consciente de que ya no soy ningún niño, aunque tampoco tan mayor, pero lo cierto es que, de un tiempo a esta parte, tengo que reconocer que me cuesta mucho más trabajo arrancarme a hacer determinadas cosas que antes hacía con dichosa normalidad. Como si un peso extra se agarrase a mis piernas y brazos obligándolos a realizar un esfuerzo mucho mayor del habitual. Como si el depósito de “automotivación” se hubiese agotado y apenas si quedase combustible para continuar la marcha a rastras.

Sin embargo, este es un cansancio que no tiene nada que ver con la típica fatiga que acontece después de un esfuerzo físico o mental. Hasta ahora, estaba acostumbrado a sentirme cansado y poder asociar dicho estado a la realización de un determinado esfuerzo. Un día duro de trabajo, una jornada maratoniana en bicicleta, hacer una caminata en altura. La diferencia está en que, actualmente, la sensación que tengo es la de estar cansado sin haber hecho nada. Sin que ningún esfuerzo pueda justificar la fatiga. Como si hubiese procrastinado y la consecuencia, el “castigo” a semejante “pecado capital”, hubiese sido quedar envuelto por un velo de apatía y desgana que me oprime asfixiándome y convirtiendo cualquier mínimo acto en grosera obligación. Soy consciente que, desde que empezó todo este lío, todos nosotros nos hemos visto abocados a tener que soportar un estrés suplementario del que habitualmente debíamos negociar, el cual, unido a la inquietud que produce haber perdido algo que formaba parte de la normalidad de nuestras vidas, y lo que es peor, no tener certeza en cuanto si seremos capaces de recuperarlo, seguramente haya sido la razón por la que una especie de malestar ha acabado apoderándose de nuestro estado anímico comunitario. Seguramente, el motivo principal no ha sido otro que la duración, el hecho de que haya durado tanto tiempo, más de 18 meses llevamos ya con este embrollo, ha provocado que estemos en un problema crónico (con las repercusiones que ello puede conllevar). Soy consciente que el cansancio es un monstruo polimórfico de infinitas caras que hace que no resulte nada fácil saber en cada momento con cuál de ellas nos toca enfrentarnos. Pero, a pesar de ello, no puedo negar que una parte de mi conciencia (ínfima, seguramente, pero que ahí está), no cesa de estar pendiente de una alarma que parece no terminar jamás. Porque, aunque nuestro cerebro está acostumbrado a anular todo aquello que se instala a perpetuidad para no finiquitar nuestra capacidad de percepción, eso no quiere decir que estar eternamente sometido a tamaña inquietud no vaya minando gran parte de mis energías, modulando mi estado emocional (y en consecuencia también el ánimo), con el peligro de que de persistir acabe conformándose en un rasgo de personalidad.

Espero que no. De hecho, estoy convencido que tarde o temprano el inmenso nubarrón que desde hace demasiado nos acompaña, acabará por escampar. Y, aunque seguramente siempre acabaran quedando desperdigados algunos de los restos del naufragio, más pronto que tarde el agua volverá a su cauce y dejaré de sentirme cansado de estar cansado. 

Etiquetado , , , , , ,

Deja un comentario