Centro del placer

Fue en 1954 cuando, en la Universidad de McGill, James Olds y Peter Milner descubrieron tras poner unos electrodos en el cerebro de unos ratones lo que resultó ser el centro del placer. No tardaron ambos científicos en ser conscientes que éste gestionaba el sistema de recompensas. Aquellos eran tiempos de psicología conductista, de estímulos condicionados y de estímulos incondicionados. El objetivo: descubrir que estímulos generaban determinadas conductas y, de esta manera, poder ser capaces de lograr que un ratón (no era ético experimentar con humanos) actuase según la voluntad de aquel que los establecía.

El experimento de , James Olds y Peter Milner consistía en introducir a un ratón en una caja de Skinner y conectarle unos electrodos (que por error acabaron situados en una zona del cerebro llamada septum pellucidum), con el objetivo de lograr enseñarle, mediante descargas eléctricas, a evitar una de las esquinas de la caja. Pronto comprobaron que la cosa funcionaba y que, aunque variasen al día siguiente la esquina, bastaban unos pocos intentos para que el ratón descubriese rápida y efectivamente la nueva situación y adaptase su comportamiento. Entonces, emulando a Skinner, decidieron incorporar una palanca a la caja para que fuese el propio ratón el que se suministrase las descargas y así comprobar que sucedía.

Lo que pasó fue que, en un nuevo caso de serendipia en la ciencia, de repente los ratones se ponían a pulsar la palanca sin control. De hecho llegaron a hacerlo sin descanso hasta 7.000 veces por hora (unas dos veces por segundo), olvidando cualquiera otra circunstancia incluida la comida, la bebida e incluso el sexo en aquellos casos en los que eran ratones en celo. Por lo visto, cada vez que pulsaban la palanca, la descarga eléctrica estimulaba el septum pellucidum, el cual producía que se generase dopamina aportando en vez de descargas aversivas, otras de placenteras que eliminaban cualquiera opción, cualquier otro estímulo natural. De hecho, los ratones acaban muriendo incapaces de dejar de autoadministrarse “placer” continuamente. Nada lograba detenerlos en su camino para alcanzar el bienestar infinito.

Actualmente conocemos más o menos como funciona el circuito de placer, o lo que es lo mismo, la manera cómo conseguir que, ya no ratones, sino seres humanos, actúen de una determinada manera en su descabezada odisea por sentirse continuamente bien. Sabemos que el centro del placer se activa cuando realizamos conductas relacionadas con la ingestión de comida, el sexo, realización de actividades deportivas e incluso al escuchar música o mantener una conversación agradable con una amistad. Es el poder de la dopamina. Bueno, su poder y su condena, ya que cada vez son más las estrategias de terceros (políticos, medios de comunicación, empresas que buscan que compremos sus productos, casas de apuestas, etc.) los que se aprovechan de dicho conocimiento para que seamos incapaces de dejar de consumir. Poco importa que en el fondo no necesitemos aquello que compramos o hacemos. Si nos reporta placer todo parece estar justificado, o quizás sería más propio decir, que nos volvemos incapaces de resistirnos a una nueva “descarga” placentera.

Probablemente lo anterior explique porqué muchos de nosotros deambulamos por la vida “pulsando palancas” continuamente. La gran mayoría parecemos vivir en una inmensa caja de Skinner, a merced de nuevos estímulos en forma de pantallas, pornografía, apuestas, drogas, política, eventos deportivos, etc., que nos lleven a olvidar esa otra realidad que los que nos ofrecen dichas palancas no quieren que contemplemos.

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