Aceptación

La emoción de la aceptación es para mí algo así como el Santo Grial: siempre que la encuentro, instantáneamente, todo vuele a recuperar la homeostasis perdida. El problema es que no resulta fácil conseguirlo. No siempre sabemos asumir que las cosas son como son y no como deseamos que sean. Y es aquí donde los distintos tipos de frustración consiguen hacernos perder el equilibrio y que las cosas comiencen a complicarse.
Sabemos que no existe una única realidad. En consecuencia, esa que pensamos que es, que hemos hecho nuestra, en realidad no es una más de entre el infinito abanico de posibilidades (tantas como personas existen). La realidad en el fondo es una mentira. No existe una realidad tal. Existen tan solo nuestras vivencias, las cuales necesitamos como estamos de darles sentido, acabamos por conformarlas en significado y, en consecuencia, las convertimos en realidad.

Necesitamos explicarnos los que ocurre. Que esa voz interior nuestra nos vaya narrando, como si un partido de futbol se tratase, lo que nos va sucediendo. El problema está en que, en ocasiones, el narrador se empeña en que las cosas deben finalizar de una determinada manera sin que, en realidad, exista nada que lo justique. Así configuramos nuestras expectativas. Sin casi darnos ni cuenta, de repente nos hemos hecho una función sin tener teatro, lo cual generalmente nos acaba llevando más o menos abajo del barranco (en función de cómo de exageradas o distantes de lo posible hayan sido nuestras expectativas).
Por todo ello resulta tan importante la aceptación. Necesitamos aceptar para reposar, para poder tomar aliento, para dar sentido a todo, para seguir y continuar con nuestros quehaceres sin volvernos locos de tristeza o de alegría (ambas igual de falsas e inconsistentes, ambas igual de peligrosas cuando se deslizan hacia los extremos). Necesitamos aceptar y ser aceptados. Solamente así logramos sentirnos bien y hacer sentir bien a los que nos rodean. Lo cual no es baladí, sino todo lo contrario. Nos pasamos la vida buscando el confort y la seguridad. Deseamos (a veces incluso inconscientemente) estar cómodos, sentirnos a gusto. La felicidad reside en sentir esa tranquilidad que solamente el sosiego y la ausencia de amenazas produce. Sin embargo, nos empeñamos en juzgar y en prejuzgar, y sin apenas darnos cuenta acabamos por arruinar lo poco que hayamos construido bajo y alrededor nuestro. Aceptar es tomar conciencia de que las cosas son como son. Lo cual en sí mismo suele acabar teniendo muchísimo más valor que los sueños y las quimeras (por posibles que puedan estos y éstas llegar a ser). Porque aceptar nos permite ir poniendo uno a uno los diferentes ladrillos que nos conformaran emocionalmente. Solamente si sabemos lo que somos, si aceptamos lo que somos, seremos capaces de crecer. Lo demás es únicamente autoengaño. Y todos sabemos que las mentiras tarde o temprano acaban desembocando en sufrimiento.
Porque de nada sirve intentar cambiar lo que somos si antes no nos hemos aceptado. Todo cambio necesita partir de un punto cero, de unos cimientos firmes, porque de lo contrario acaba por deslizarse, moverse… Sin embargo, acabamos olvidándonos, no sé muy bien la razón, de que resulta siempre muchísimo más difícil poder construir, avanzar, si el punto des del que partimos son arenas movedizas. Lo que al final acaba por conducirnos al sufrimiento. De aquí la importancia de la aceptación, porque, desde ella, con un simple saltito, resulta mucho más sencillo alcanzar esa “felicidad” que solo la estabilidad es capaz de dar.

Etiquetado , , , , , ,

Deja un comentario