¿Fe = Emoción?

La fe es, simplemente, una creencia. Creer en algo o alguien nos inspira confianza, seguridad. Depositamos nuestras esperanzas en que el futuro nos será propicio basándonos en el convencimiento de que nuestra fe es verdadera, o en otras palabras: la fe nos genera un sentimiento de seguridad (o inseguridad en caso de no sentirla) a partir del cual, la manera como tenemos de relacionarnos con nuestro entorno cambia y, en consecuencia, los efectos que ésta tiene en nosotros son similares a los que suelen tener las emociones.

Solemos pensar en la fe relacionándola principalmente con la divinidad. Tenemos fe en que nuestro dios nos protegerá y lo utilizamos como forma de mitigar el sufrimiento que provoca no poseer explicación que nos ayude a controlar el futuro. Todo aquello que se escapa de nuestro entendimiento, que nos vemos incapaces de gestionar, acabamos poniéndolo en manos de la fe. Ella nos da seguridad. Nos conforta, permitiéndonos emprender a pesar de hacerlo con los ojos vendados. A ciegas. Porque la fe se comporta como lo hace el optimismo: nos hace esperar lo mejor en nuestro devenir, manteniendo a raya la ansiedad que produce toda falta de control en lo que vendrá. Quizás por esto las personas creyentes (que tienen fe) viven más, o a eso apunta la investigación realizada por Laura Wallace y su equipo de la Universidad Estatal de Ohio. Por lo visto las personas que tienen fe en dios, viven un promedio de 4 años más que las que no. Aunque esto también puede deberse al estilo de vida de dichas personas creyentes (menor tendencia al consumo de alcohol y drogas, participar activamente en la vida de su comunidad, etc.), aunque tampoco podemos dejar de lado que, si un persona logra disminuir sus niveles de ansiedad (es decir, se siente más segura y, por tanto, no necesita estar continuamente preocupándose por un futuro incierto sobre el que no posee gran control), también su calidad vida será mejor y, en consecuencia, disminuirán también las posibilidades de sufrir de enfermedades cardiovasculares.

Sin embargo, aunque equivocadamente tendemos a confundir la fe con la esperanza, estas no son lo mismo. La fe se basa en la confianza, en la seguridad que tenemos en algo que (en principio) es más grande que nosotros y que hemos “construido” para poder explicar todo aquello que nos supera, mientras que la esperanza se basa exclusivamente en nosotros, en nuestras propias expectativas y deseos sobre que alguna cosa acabe sucediendo. Es un deseo basado en lo que podría sucedernos por habernos comportado o conducido de una determinada manera. La fe, por el contrario, se apoya más en todo aquello sobre lo que no sabemos o que desconocemos, de ahí que la depositemos en algo superior con objeto de liberarnos del sufrimiento que nos supone no poder hacer nada al respecto. La fe vive en el presente, mientras que la esperanza lo hace en el futuro, de ahí que la primera sea más fuerte y perdure, mientras que la segunda suele acabar desvaneciéndose si las cosas comienzan a venir mal dadas. Por todo ello, la mayoría de las religiones (y gran parte de los expertos) consideran que la fe es una creencia, mientras que la esperanza un sentimiento. Yo no lo tengo tan claro. No me atrevería a “etiquetar” a la fe como emoción, pero tampoco la veo tan lejana como para no considerarla en gran medida un tipo de sentimiento (el cual, además, posee una gran carga cognitiva por toda la idealización a partir de la cual está construida). Lo que sí creo tener claro, es de su importancia a la hora de mirar cara a cara al futuro. De eso, con independencia de los distintos estudios y posturas, no tengo ninguna duda.

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