Shambhala

Últimamente, hable con quién hable, el que más o el que menos, acaba refiriéndose a lo dificultoso que resulta mantener la atención y no acabar saltando descontroladamente de un estímulo a otro. Vivimos en un momento donde se han juntado el hambre con las ganas de comer. La mayoría de nosotros provenimos de un mundo donde estar atento resultaba fundamental para no perder oportunidades. Hemos sido educados, y hemos educado, en la importancia de estar atentos. Hasta aquí correcto. El problema subyace cuando la cantidad de estímulos existentes sobrepasa por mucho las posibilidades de cada uno de nosotros, por lo que acabamos tan desbordados como si intentásemos atrapar el aire con las manos. Por mucho empeño que pongamos, el resultado final no es sino acabar frustrados.

Hemos sido forjados a partir de unas estructuras mentales, una manera de mirar y entender la realidad y el mundo que nos rodea que dificulta poder aplicar los principios fundamentales del Shambhala, que no son otros que la bondad incondicional y la compasión. Todos, deseo creer qué sin excepción, estamos de acuerdo en que resulta mucho más fácil y, sobre todo agradable, relacionarnos aplicando dichos principios de la bondad y la compasión. Aunque solamente sea por empatía, sabemos de la importancia de ser compasivos y bondadosos porque, el que más y el que menos ha vivido situaciones donde el hecho de que aquellos que le rodean lo hayan sido para con él o ella ha marcado un antes y después en la situación desagradable en la que estaba envuelto. El problema está en nuestra organización mental que, no sé por qué razón (al final acabamos siempre echándole la culpa a la “supervivencia”), acaba impidiendo que vayamos por la vida con la bondad como bandera. Es como un resquemor que a la mayoría de nosotros nos invade ante la posibilidad de dejarnos ir y actuar pensando más en los demás que en uno mismo. Y cuando digo en los demás, amplio el foco a todos los seres vivos y al mismo planeta que nos “soporta”. Algo en nuestro interior nos dice que, si nos dejamos ir, si no nos protegemos, acabaremos saliendo mal parados. Es como una intuición, como cuando la emoción del miedo nos avisa de que vayamos con cuidado impidiéndonos así realizar una determinada acción.

Reflexionando con calma sobre lo anterior, uno llega a la conclusión de que preferimos dejar de lado la bondad y la compasión por miedo a que alguien pueda aprovecharse de nosotros. Quizás sea la consecuencia de vivir en un mundo donde la mayoría hemos acabado creyéndonos eso de que somos lo que tenemos…, pero lo cierto es que preferimos abrazarnos al desánimo y construir infinidad de resistencias, antes de arriesgar y asumir la mínima posibilidad de salir trasquilados por haber bajado la guardia. Triste, ¿verdad?

Los años me han enseñado que resulta difícil cambiar de un plumazo y sin esfuerzo aquella conducta que uno lleva repitiendo desde el principio de sus tiempos. El cambio, para que pueda ser estable y no traumático, debe transitar a modo de proceso. Y una herramienta para lograrlo es la meditación. Estoy convencido de que, con la práctica y el paso del tiempo, poco a poco, se podría ir dando pasitos hacia un mundo mejor (si no exterior, si interior, que al final es lo que verdaderamente puede acabar cambiando al de fuera). Tengo la intuición de que, respiración a respiración y prestando atención es la mejor forma de alejarnos de la dispersión.

Trungpa, Chögyam. Shambhala: La senda sagrada del guerrero. Editorial Kairós SA. 1986.

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