Queja = Procrastinación

Existen diferentes aspectos que definen la época que nos ha tocado vivir. Las distintas generaciones surgidas del siglo XXI coinciden en haberse instalado en la queja por defecto. A diferencia de generaciones de siglos anteriores donde al menos se producía una revuelta cada “x” años, nosotros llevamos casi un cuarto de siglo y todavía no hemos perpetrado ninguna revolución remarcable. Lo que podríamos resumir en algo así como iniciativa cero, pero en cambio, nos hemos vuelto expertos en la queja sin tregua.

La queja de por sí no es un problema. Lo que acaba siéndolo es si no sirve para el propósito para lo que fue “creada”, o lo que es lo mismo, anunciar que se nos ha producido un cambio en las condiciones que marcaban una relación (fuese ésta la que fuese) y que no estamos de acuerdo en cómo han quedado y nos afectan. Por tanto, la misión de la queja es avisar a la otra parte de que ha rebasado un límite y que no estamos dispuestos a dejar que esto ocurra. Una vez emitida la queja pueden pasar, en principio, dos cosas: que se vuelva situación anterior que produjo la queja y se reciba una compensación por los “daños” sufridos o, romper la relación que se mantenía con aquel que ha causado el daño y del que nos quejamos.

Sin embargo, hoy día nos quejamos sin esperar que la queja acabe repercutiendo en un cambio. La queja ha pasado de ser un mecanismo de defensa relativamente útil a que únicamente sirva para que nos escuchemos a nosotros mismos quejándonos y que, generalmente, pasado más o menos tiempo, ésta se acaba diluyendo hasta casi desaparecer (siempre y cuando no se produzca un nuevo daño, que active de nuevo la queja, que este vuelva a diluirse y así hasta conformar un bucle infinito que al final solamente lleva a la hipertensión y el mal humor perpetuo). En definitiva, la queja ha pasado de ser un activador, ese elemento en forma de objetivo que iniciaba un movimiento hacia su posible o no consecución, a no ser más que un conjunto de exabruptos que no llevan a lugar alguno excepto a la inactividad, el conformismo, la indefensión aprendida y la procrastinación.

Entre todos hemos convertido a la queja en una excusa para no tener que hacer nada. Simplemente nos quejamos, quedamos bien (sobre todo con nuestra malherida autoestima) y “a otra cosa mariposa”. Lo cual no ha hecho más que avisar a la otra parte de que no debe preocuparse. Que nuestra queja es como una tormenta de verano, del tipo que conforma un cielo negro, que amenaza con que dejará caer el diluvio universal y que, al final, simplemente acaba convertida en cuatro gotas mal contadas (y eso con suerte, ya que lo más normal es que se quede en cuatro o cinco truenos y poco más).

Moraleja: Debemos empezar a plantearnos si no ha llegado el momento de dejar de quejarnos, de perder nuestras pocas energías en la queja, y directamente actuar. De lo contrario nos acabará ocurriendo lo mismo que a esos padres que amenazan y amenazan a sus hijos con un castigo que nunca llega. Situación que acaba desembocando en que, cuando quieren poner remedio o controlar las conductas de éstos, poco o nada se puede hacer. Tenemos que aprender a amenazar menos y movernos más por recuperar aquello que consideramos nos han arrebatado de manera injusta. De lo contrario, más pronto que tarde, el hecho de quejarnos no nos servirá ni para restañar las más pequeñas heridas de nuestra tan pisoteada autoestima.

Etiquetado , , , , ,

Deja un comentario