Asco, desdén, morbo

El asco es una emoción primaria, de las importantes, la cual, quizás debido a su carácter altamente sensorial (está relacionada de una manera u otra con cada uno de los cinco sentidos), ha acabado convertida en una emoción social. A pesar de no tener mucho que ver con el orgullo, la culpa o la vergüenza, el asco ha asumido funciones de regulador social, determinando en muchas más ocasiones de las que nos gustaría aceptar la manera que tenemos de relacionarnos con los demás.

Cuando alguien nos disgusta profundamente decimos que nos produce asco. Esto significa, entre otras muchas cosas, que dicha persona nos desagrada, que su mera presencia (vista), contacto (tacto), olor (olfato) o sonido de su voz (oído) nos repele. Queda aquí excluido el sentido del gusto, por motivos obvios. Resulta harto difícil “degustar” a alguien, especialmente si nos repugna. La dificultad aquí reside en lograr explicar que es “eso” dentro de nosotros que nos lleva a desear tan intensamente que alguien “desaparezca”, que se aleje de nosotros. Cuál es la razón por la que no somos capaces de soportar no solamente su presencia física, sino también en nuestros pensamientos.

Resulta sencillo confundir este tipo de asco con el desdén. De hecho, el desdén sí que es bajo mi punto de vista una emoción social. Nos posiciona jerárquicamente. Incluso más a menudo de lo que creemos acaba comportándose como si una especie de vigilancia de los límites sociales se tratase. De hecho, sea verdad o simplemente el producto de nuestra necesidad por elevar nuestra autoestima a costa de la de los demás, que tanto da, lo cierto es que mediante el desdén nos elevamos con respecto a los otros. Nos creemos ser más de lo que somos. Sentimos ese placer tan cercano al malestar que acontece cuando nuestro bienestar sabemos que es a costa del malestar ajeno. Y aunque en este tipo de situaciones podríamos confundir el sentimiento de desdén con el del morbo, y por mucho que ambos surjan del asco, no son lo mismo, ni montan tanto. El “bienestar” que nos produce el morbo es mucho más intenso y cercano a la felicidad que el que nos genera el desdén, el cual es sencillamente un decorado, una fachada tras la que esconder el vacío que nos rodea. Con todo, no debemos olvidar que el asco es una emoción con valencia negativa. Produce malestar. Por lo que por mucho que en ocasiones pueda hacernos “sentirnos bien”, en realidad, no es más que un “revolcarse en la mierda” creyendo que estamos tomando baños de barro.

No debemos olvidar tampoco, que el asco ha venido siendo utilizado desde épocas pretéritas como herramienta de marginación y discriminación. Ha sido la manera como determinados colectivos, nacionalidades, o agrupaciones de “ciudadanos” han conseguido despertar y alimentar sentimientos contra otros colectivos, los cuales, ni física ni políticamente tuvieron posibilidad alguna de defenderse y fueron sistemáticamente alienados e incluso exterminados.

El asco, imbuidos como estamos en una sociedad aséptica e impoluta, ha acabado por mutar en herramienta social. En poder. Hoy no tiene sentido ya preocuparse por si algo nos sentará mal o no (de hecho, sí que debería hacerlo, pero todo está tan bien publicitado y empaquetado…), por lo que nos preocupamos más por si “alguien” nos puede “sentar” mal y, en caso de ser así, poder echar mano de todo nuestro “asco” a ver si así logramos hacerlo desaparecer y que nos deje de “molestar”…

Etiquetado , , , , , , ,

Deja un comentario