Mantener una aptitud condescendiente hacia los demás, a no ser que la persona que la practica ostente una posición social muy elevada (e incluso en estas ocasiones), suele comportar malestar en el resto. La condescendencia es una emoción social poco funcional grupalmente. A nadie le gusta sentir la condescendencia ajena. Lo vivimos como una agresión en toda regla, un ataque a nuestro yo. Solamente cuando somos nosotros mismos, voluntariamente, quien otorgamos al otro la oportunidad de ser condescendiente, somos capaces de aceptarlo sin adoptar una actitud reactiva. Y, aun así, si la condescendencia se prolonga demasiado en el tiempo, lo más normal acaba siendo que terminemos defendiéndonos, que protejamos nuestra autoestima para no acabar cayendo en cierta indefensión aprendida u otras formas de tristeza todavía más disfuncionales.