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Mirada emocional

Creemos que los demás ven a los otros de la misma manera que lo hacemos nosotros. Estamos convencidos de ello. Quizás por ello cometamos tantísimos errores de apreciación, pero, sobre todo, de confianza. Olvidamos el poder de las emociones en cuanto a cómo vemos las cosas. Somos incapaces de entender que nadie más podrá ver a una determinada persona como lo hacemos nosotros si la amamos. El amor es un filtro perturbador que aniquila cualquier atisbo de objetividad y verdad en la realidad. Por eso no logramos entender que haya personas que no vean en esa persona amada lo que vemos nosotros. Olvidamos que las emociones que enfocan su mirada no son las mismas que lo hacen con la nuestra.

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El extraño orden de las cosas

En anteriores entradas ya hablamos sobre la capacidad de contagio que poseen las emociones. Basta con ver alguien que está triste para, en función del grado de empatía de cada uno, nos sintamos también tristes, enfadados o, incluso, en algunos casos, el desdén se apodere de nosotros. En este sentido la norma es clara: cuanto mayor intensidad emocional emite la otra persona (o grupo), más fácil resulta que acabemos sintiéndonos como ella. Y todo ello, claro está, sin que intervenga ningún proceso cognitivo de carácter superior. Aquí poco importa el intelecto, aquí lo primordial es lo corpóreo, los sentimientos que nos embargan.

Posiblemente, esto es así porque allá por los albores de la existencia, el primer organismo unicelular logró adaptarse y sobrevivir a su entorno gracias a cómo su “cuerpo” respondía a los requisitos externos. Con la necesidad añadida, que, para poder lograrlo, no podían existir “filtros cognitivos” que entorpeciesen una rápida respuesta. Esta es la base, seguramente, el factor de éxito, podríamos decir, que ha permitido que las emociones sean a día tan importantes para cualquier organismo vivo (especialmente para nosotros, los seres humanos). Porque, como bien dice Damasio, “la respuesta emotiva consiste en alterar el curso de la vida dentro del interior antiguo de los organismos. Estos dispositivos son los impulsos o instintos, las motivaciones y las emociones”. Y es aquí precisamente donde la homeostasis brilla con luz propia marcando la diferencia entre la existencia o no de un sentimiento o de una emoción. Las emociones determinan comportamientos. Los comportamientos acertados aseguran nuestra adaptación y, en consecuencia, nuestra supervivencia. Las emociones que inducen comportamientos erróneos o desadaptativos producen la desaparición del “organismo”, eliminando así cualquier posibilidad de volver a repetir que se vuelva a dar dicha emoción.

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Contagio Emocional

Las emociones se contagian. Resulta extremadamente sencillo que, sin darnos cuenta, acabemos participando y realizando determinadas conductas por simple proximidad a una fuente emocional. La regla es clara: a mayor potencia o intensidad emocional del otro (u otros), más fácilmente acabamos asimilando el sentimiento que emiten y, por tanto, compartiéndolo. Son claros ejemplos de lo anterior lo que sucede en cualquier aglomeración de personas; eventos deportivos, manifestaciones e, incluso, pequeñas reuniones familiares. De hecho, tampoco resulta necesario una multitud para que se produzca el contagio emocional. Es suficiente que haya empatía, para que una emoción se comparta. ¿Quién puede resistirse a la tristeza o la alegría que siente un ser querido? Basta con que haya interacción entre personas para que, como buenos vasos comunicantes, las emociones se contagien.

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Vergüenza Ajena

05.VerguenzaAjena.pngCada lugar posee su emoción característica. La nuestra, debido posiblemente a la importancia que emociones como el orgullo y la dignidad, y su prima hermana “el qué dirán”, tienen en nuestra cultura, no es otra que la vergüenza ajena.

La vergüenza ajena no es más que una forma dolorosa de sentir empatía por los demás. Mirada desde cerca, en realidad, la vergüenza ajena vendría a ser la emoción contraria a la schadenfreude alemana. Y es que mientras que la schadenfreude se conforma a partir del sentimiento de placer ante el sufrimiento ajeno, la vergüenza ajena es su reflejo en el espejo, al convertir lo que debería ser únicamente malestar del otro en sufrimiento propio. Sigue leyendo

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