Archivo de la etiqueta: tristeza

Cantar y cantar

Una investigación de Teppo Särkämö profesor de la Universidad de Helsinki ha demostrado aquello que, si tienes una edad o te gusta el cine español de los años 50 del siglo pasado (donde las personas que padecían de tartamudez lograban expresarse con cierta normalidad si en vez de hablar, cantaban), ya se sabía, es decir: cantar mejora el procesamiento del habla. En concreto que cantar mejora las funciones cerebrales en casos de afasia producidos por los distintos trastornos relacionados con el envejecimiento.

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Amor 2.0

Tendemos a pensar en la emoción del amor confundiéndola con el enamoramiento. Hollywood y el cine, seguramente, tienen bastante culpa. Sin embargo, la emoción del amor va mucho más allá. No solamente incluye el amor paterno o materno-filial, la amistad, etc., también los momentos de felicidad compartidos de manera espontánea, y sin buscarlo, con personas desconocidas. ¿Se puede considerar amaro una interacción en la que se comparte un momento “especial”? De hecho, son bastantes las investigaciones que así parecen indicarlo.  A mí tampoco me extraña. Si tenemos en cuenta que el amor es absoluto presente, y que está directamente relacionado con un sinfín de sensaciones corporales que únicamente se dan en ese instante preciso, en función a determinadas acciones para con y los demás, tampoco debería sorprendernos. Además, teniendo en cuenta la sociedad actual, donde la tecnología, la lista interminable de cosas pendientes que casi nunca podemos llegar a completar, la manera de comunicarnos cada vez más supeditada a las redes sociales y, por tanto, la dificultad cada vez mayor para contactar con los demás (piel a piel),… resulta sencillo explicar por qué cada vez existen más personas que buscan amor y menos las que lo encuentran.

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Antagonistas del amor

La mayoría de emociones aceptan la presencia (a veces incluso la necesitan) de otras emociones que las completen o les de ese matiz tan característico y especial que las hace únicas y que incluso acaba por configurarlas. Por ejemplo, podemos sentir miedo e ira, o vergüenza, o culpa al mismo tiempo. Son parejas de baile que se complementan, que marcan un paso siguiendo un determinado ritmo que de otra forma resultaría imposible. De hecho, si le echamos un vistazo a la rueda de las emociones de Plutchik, comprobaremos como las emociones primarias se mezclan con las secundarias dando lugar a unas de nuevas.

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Cómo ver el mundo

Escribe Nicholas Mirzoeff que “la visión del mundo no depende tanto de cómo vemos, cuanto de qué hacemos con lo que vemos” y yo no puedo estar más de acuerdo con él. Creo que es la afirmación  que he leído en los últimos años (y he leído bastante) con la que más me he identificado. Cierto que los neurocientíficos hace ya tiempo que nos dicen aquello de que no vemos con los ojos sino que lo hacemos con el cerebro, pero al final, tanto da con lo que vemos, lo importante es lo que finalmente hacemos con nuestra realidad. Poco importa cómo ésta sea, lo fundamental es cómo la “moldeamos”, cómo nos movemos, la manera cómo somos capaces de aceptarla, transformarla o evitarla escondiéndonos de ella. Es lo que hacemos con lo que percibimos lo que nos transforma, tanto a nosotros, como a la misma realidad. Cómo explicar si no que alguien con limitaciones físicas sea y se sienta mucho más feliz que otro que goza de plena libertad de movimiento. Cómo entender que aquel que todo lo tiene (y no me refiero únicamente a lo meramente material) se sienta inmensamente infeliz, un desgraciado y, en cambio, aquel otro que apenas si tiene nada, sea capaz de hacer de la necesidad virtud y una razón para la esperanza y la alegría. Resulta imposible.

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«Depresión de éxito»

Aunque la depresión sea una de las enfermedades mentales más frecuentes en nuestra sociedad, existe un tipo, la que conlleva el éxito, que es tan desconocida que, al apenas hablar de ella, acabamos convirtiéndola en más peligrosa que aquella otra de la que todos sabemos. Asociamos “depresión” siempre con fracaso, con un estado bajo de ánimo, con la tristeza extrema que comporta sentirse una mierda, con no poseer autoestima ni el mínimo atisbo de orgullo hacia uno mismo. La depresión modifica no sólo nuestra manera de comportarnos, también nuestros pensamientos, volviéndolos tan autolesivos que, en muchísimas ocasiones, acaba conduciendo a la persona que los tiene a desear suicidarse.

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Amargado (estar)

Amargo, dícese de algo de sabor desagradable y que tiene como objetivo impedir envenenamientos. Aplicado a un estado de ánimo de las personas vendría a ser cuando alguien siente con intensa frustración (e independientemente de que sea cierto o simple subjetividad) que su vida está siendo envenenada por alguien o algo (incluido él o ella misma). Porque si un componente es clave, este no es otro que la frustración. Sin ella el sabor, posiblemente, sería igual de desagradable pero, quizás, no tan insufrible y molesto. De hecho resulta imprescindible, necesitamos imperiosamente, sentir que nuestras esperanzas se marchitan para poder decir con cierta autoridad eso de que «estamos amargados».

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Catorce tipos de miedo

El miedo es una emoción primaria (teóricamente pura, sin que participen otros sentimientos en su constitución), de ahí que mezclada con otras emociones (sean estas primarias también, secundarias o terciarias) pueda dar lugar a diferentes tipos diferentes de “miedo”. En realidad, podríamos decir veinte, o incluso treinta, porque, como veremos a continuación, si ponemos la lupa, rápidamente veremos que no siempre resultará sencillo establecer una diferenciación clara e, incluso, coincidir con que se pueda denominar miedo a la emoción o sentimiento resultante. Echemos un vistazo y que cada cual decida según su experiencia…

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Nostalgia cáustica

Generalmente, cuando hablamos o pensamos sobre la nostalgia solemos hacerlo como un tipo concreto de tristeza donde también está presente cierta dosis de bienestar (que puede ir desde lo simplemente agradable hasta el placer mismo). Es la incorporación del gradiente bienestar/placer lo que determina que no exista un tipo de nostalgia único y diferenciado, es decir, que existan diferentes “nostalgias”, todas ellas preparadas para “actuar” en función del recuerdo al que van asociadas. Por ejemplo, tenemos la nostalgia “dichosa”, esa en la que aquello que recordamos nos produce mucho bienestar, incluso podríamos decir que cierta alegría o placer. También está la nostalgia añorante, más cercana a la tristeza, donde a pesar de que todavía los recuerdos que la provocan nos producen cierta agradabilidad, el hecho de que seamos plenamente conscientes de la imposibilidad de poder volver a recuperar aquello perdido en el pasado, de volver a hacerlo presente, hace que ésta acabe teniendo un sabor ciertamente agridulce. Y así podríamos seguir…, sin embargo, mi intención es aprovechar esta entrada para hablar de un tipo de nostalgia ciertamente particular y peculiar que he decidido denominar nostalgia cáustica o corrosiva.

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¿Sirve de algo quejarse?

La queja aparece, generalmente, cuando ocurre algo que no se ajusta a lo que según nuestras expectativas debería o tendría que ser, produciendo entonces un malestar que, en función de su intensidad, puede provocar emociones que irán desde una leve tristeza o enfado, a la hostilidad o incluso la depresión.

En realidad, la función principal de la queja es la de iniciar un proceso de lucha. Es el impulso, esa energía extra, que necesitamos para levantarnos e intentar cambiar una determinada situación. El problema suele estar que, en la mayoría de las ocasiones, no acaba siendo ésta su función, sino que terminamos instalados en una queja eterna (de la que en ocasiones resulta casi imposible salir) y como dice el dicho: el árbol acaba impidiéndonos ver el bosque. Porque la queja tiene eso de terrible. Está “diseñada” para imponerse a todo sentimiento, a flotar y acaparar nuestra atención desplazando cualquier otro elemento (incluso, por importante que en ocasiones pueda llegar a ser). Y ya se sabe, una vez instalados en la queja, como esta se autoalimenta y nos retroalimenta, lo único que acabamos haciendo es quejarnos. Nada más.

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La clave de la felicidad

Actualmente, si preguntas, todo el mundo parece querer lo mismo: ser feliz. Poco importa si realmente sabemos que es la felicidad. Sencillamente la queremos. Nos han inculcado la necesidad de ser felices y estamos convencidos que merecemos serlo, que es nuestro derecho, pero, a la vez, olvidamos, como casi siempre, que tras un derecho siempre hay un deber. El problema es que son muy pocos a quienes les “gustan” (aceptan, sería más apropiado decir) sus deberes y, quizás por ello, también sea este el motivo por el cual son tan pocos los que logran ser verdaderamente felices (sea lo que sea eso de la felicidad).

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